Sin Acritud…
Alberto Montero (10/2/2012)yo-soy-pobre
Os recomiendo fervientemente esta conferencia del historiador Josep Fontana. Sé que puede parecer un poco larga pero todas y cada una de sus líneas son absolutamente necesarias y espero que os arrojen de cabeza a buscar y leer su última obra, «Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945« en la que acabo de enfrascarme gracias a uno de esos gestos maravillosos de mi amigo Paco P.

De la conferencia destacaría un par de ideas que nos ayudan a entender de dónde venimos y, al mismo tiempo, hacia dónde nos llevan y qué es lo que nos queda hacer para evitarlo.

Una primera se concreta en estas reveladoras líneas:

«[El progreso] no era, como se nos decía, el fruto de una regla interna de la evolución humana que implicaba que el avance del progreso fuese inevitable -la ilusión de que teníamos la historia de nuestro lado, lo que nos consolaba de cada fracaso-, sino la consecuencia de unos equilibrios de fuerzas en que las victorias alcanzadas eran menos el fruto de revoluciones triunfantes, que el resultado de pactos y concesiones obtenidos de las clases dominantes, con frecuencia a través de los sindicatos, a cambio de evitar una auténtica revolución que transformase por completo las cosas.

Para decirlo simplemente, desde la Revolución francesa hasta los años setenta del siglo pasado las clases dominantes de nuestra sociedad vivieron atemorizadas por fantasmas que perturbaban su sueño, llevándoles a temer que podían perderlo todo a manos de un enemigo revolucionario: primero fueron los jacobinos, después los carbonarios, los masones, más adelante los anarquistas y finalmente los comunistas. Eran en realidad amenazas fantasmales, que no tenían posibilidad alguna de convertirse en realidad; pero ello no impide que el miedo que despertaban fuese auténtico.

En un articulo sobre la situación actual de Italia publicado en ´La Vanguardia´ el pasado mes de octubre se podía leer: «los beneficios sociales fueron el fruto de un pacto político durante la guerra fría». No sólo durante la guerra fría, a no ser que hablemos de una «guerra» de doscientos años, desde la revolución francesa para acá. Lo que este reconocimiento significa, por otra parte, es que ahora no tienen ya inconveniente en confesar que nos engañaron: que no se trataba de establecer un sistema que nos garantizase un futuro indefinido de mejora para todos, sino que sólo les interesaba neutralizar a los disidentes mientras eliminaban cualquier riesgo de subversión.»

La otra idea obliga a reflexionar en torno a las vías de actuación frente a lo que se nos viene encima. Y me congratula leerlo de la pluma de Fontana porque en más de una ocasión lo he expresado en términos similares en algunas charlas por muy poco revolucionario que pudiera parecer; pero es que creo que no entender esto es, en mi humilde opinión, ignorar el terreno en el que se van a dar las luchas en los próximos tiempos y el cómo hay que plantearlas si, efectivamente, se quiere avanzar hacia una sociedad socialista en el largo plazo.

«El problema inmediato al que hemos de enfrentarnos hoy no es, como algunos pensábamos hace unos años, la liquidación del capitalismo, que debe ser en todo caso un objetivo a largo plazo, porque la verdad es que no disponemos ahora de una alternativa viable que resulte aceptable para una mayoría. Y lo que no puede ser compartido con los más, por razonable que parezca, está condenado a quedar en el terreno de la utopía, que es necesaria para alimentar nuestras aspiraciones a largo plazo, pero inútil para la lucha política cotidiana.

Alberto Montero
Alberto Montero

Lo que nos corresponde resolver con urgencia es decidir si luchamos por recuperar cuanto antes un capitalismo regulado, con el estado del bienestar incluido, como se había conseguido cuando los sindicatos y los partidos de izquierda eran interlocutores eficaces en el debate sobre la política social, o nos resignamos a seguir sufriendo bajo la garra de un capitalismo depredador y salvaje como el que se nos está imponiendo. De hecho, lo que nos proponen las políticas de austeridad es simplemente que paguemos la factura de los costes de consolidar el sistema en su situación actual, renunciando a una gran parte de las conquistas que se consiguieron en dos siglos de luchas sociales.» 

N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de su autor, Alberto Montero, profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga, que también pueden ver en  La Otra Economía.