Economía
Manuel Funes Robert (27/5/2013)dINERO
Hará ya diez años que coincidiera yo en la publicación ´El Profesional´ con el filósofo Javier Sadaba, el cual hizo una alusión al dinero a la que nunca habría llegado yo pese a mis decenios de estudios sobre el tema. En esencia digo “que los dos mayores inventos de la humanidad han sido el lenguaje y el dinero”. Descubre lo que el dinero tiene de factor de integración entre los hombres. Y esa frase grandiosa me da pie a hacer una breve historia de ese invento.

El hombre descubrió en la división del trabajo un importante procedimiento de aumentar la cantidad y la calidad de los bienes necesarios para la vida. El intercambio obligó a inventar el dinero y el dinero hubo que ligarlo desde el principio a algo manejable y que fuese aceptado por todos, lo que a su vez obligó a ligarlo a los metales preciosos, que por un consenso eterno ha valorado siempre el hombre. Pero los metales preciosos eran necesariamente escasos con lo cual el dinero, que nace para vencer la escasez de las cosas comunes, tenía que ser también un bien escaso, como lo era la materia a la que se ligó su aparición y concreción. El milagro del siglo XX, el hecho económico más importante y del que menos se han ocupado los economistas, es la desmaterialización del dinero, el paso de cosa a nombre y de dato a variable. Desde los años 30 el dinero se concreta en unos simples documentos producibles a discreción, aceptados sin dificultad y emitidos por los Estados. ¿Cuántos dólares hay en el mundo? Los que quiera la Reserva Federal o más concretamente, el Estado americano. Igual para cualquier otra moneda. Las televisiones nos están dando una lección muda constante y elocuente del origen del dinero al hacernos pasar por la vista la máquina impresora de billetes ante cualquier cita de cualquier moneda.

Impresora cuyo funcionamiento nace de una orden, y no de un respaldo. Respaldo que nace a posteriori en forma de producción adicional, que sin dinero adicional no hubiera aparecido nunca. Esto significa que para los sectores públicos de todo el mundo, y para la humanidad como unidad, el dinero ha dejado de ser un bien escaso y se ha convertido en un bien libre. De la trilogía tierra, trabajo y capital, que es la base de la actividad económica, el capital financiero ha dejado de ser escaso. Lo sigue siendo para el individuo y para el sector privado, nunca para el sector público. Desde el punto y hora en el que cualquier persona da trabajo o cosas a cambio de esos documentos, las crisis y la pobreza podrían existir por dificultades reales, pero no por dificultades económicas.

¿Cómo se cura o mitiga el SIDA? Con dólares. ¿Cómo se quita el hambre en África? Con dólares. Y así para cualquier clase de calamidad o necesidad. Si la creación de dólares es libre, la existencia de esas desgracias se convierte en innecesaria. Por ello, un no economista, sino filósofo como es Fukuyama llegó a pedir que EE UU inunde al mundo de dólares, tras lo cual podría estimarse menos por ser más abundante, pero antes de venir la infravaloración habría llegado la curación de tanta desgracia.

De ahí nuestra propuesta de que la política monetaria norteamericana, apoyándose en el hecho de la incondicional y universal aceptación del dólar, se convirtiese en política monetaria universal y no nacional. Dicha política podría apoyarse precisamente en el FMI transformando su actual filosofía y encomendándole la misión de distribuir las disponibilidades líquidas y regir al mundo bajo lo que yo llamo el principio de la financiación creciente: la financiación previa, abundante y barata es condición necesaria y en general suficiente para la abundancia y baratura de las cosas.

El problema está en que la creación monetaria (que nace de la nada, sirve para todo y no cuesta nada) es de titularidad legítima y exclusiva a perpetuidad de los Estados y no es asumible por la contabilidad privada, que no concibe la creación de activos sin contrapartida. Y al enfrentarse con este derecho y obligación del Estado moderno, cual es la de proveer adecuadamente de disponibilidades líquidas a la nación, la contabilidad privada lo califica de déficit, con lo que resulta que la política monetaria es incompatible con la contabilidad privada. Y es a ésta a la que hay que renunciar y no al uso racional del dinero moderno.


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