Tomates radioactivos
Tomates radioactivos

España
Jesús Riosalido (21/5/2014)
Domingo Siazón era el Representante Permanente de la República de Filipinas, o Pilipinas, como se dice en tagalo, ante el OIEA. Siempre nos fue hostil y no hablaba una sola palabra de español. Tampoco, a pesar del llamado Pacto Ibérico, el Embajador de Portugal era lo que se dice amigo nuestro. Y en este ambiente dudoso se inauguró la primera Asamblea General del OIEA a la que asistí, es decir, el 21 de septiembre de 1968. Se apalancó en la Presidencia de la Delegación Española, aunque de hecho hubiera correspondido a Navascués, el Embajador Buxó-Dulce. La lucha entre ambos marqueses era a codazos, y fue contemplada por asombro por el Embajador de África del Sur, vecino de nuestra Delegación por razón alfabética en inglés. Todos alababan sin medida al TNP, y ello incrementó sin duda nuestro monumental enfado. Nos coaligamos, pues, para hacer algo, y como parecía que El Pardo estaba a nuestro favor, iniciamos nuestra campaña.

Domingo Siazón, que pretendió sin éxito ascender a Director General del OIEA sin conseguirlo a causa de la ingente metedura de pata que describiremos después, era de los más alelúyicos a favor del Tratado.

Sin embargo, la Asamblea General no fue significativa ni aquel año, ni ningún año posterior, salvo, acaso, la de 1972, que tuvo lugar en México, en la llamada Plaza de las Tres Culturas, y durante la cual, el conjunto de la Delegación española, incluyéndome a mí mismo, organizó una misa por el eterno descanso de Hernán Cortés en la pequeña iglesia del centro de le Ciudad de México en el que el extremeño está hoy enterrado, y se celebraban entre septiembre y Octubre, hasta 1981, en que se organizó una buena, como veremos. Hay quien dice que el Almirante Luís Carrero Blanco, aún no Presidente del Gobierno, era el que desde lejos nos animaba a seguir adelante. No lo sé, porque nunca le conocí personalmente, pero estoy seguro de que España se calló, de momento, lo que aprovechamos del modo siguiente.

La JEN estaba dividida en dos sectores, separados por la carretera que daba la vuelta al Paraninfo de la Complutense, y contenía dos reactores nucleares pacíficos, el JEN 1 y el JEN 2, que utilizaban uranio enriquecido y salvaguardado por el OIEA. El asunto empezó cuando hubo un escape de material nuclear por el Río Manzanares, del que nos enteramos porque unos agricultores de Aranjuez habían recolectados tomates de quince a veinte quilos cada uno, con los que se habían fotografiado ante la prensa. Nos dijimos que los culpables no podíamos sino ser nosotros, confiscamos los enormes tomates, y arreglamos la avería.

Algunos técnicos de segunda fila me llevaron entonces hacia el Laboratorio de Selección de Desechos Nucleares de la JEN, donde se separaba el plutonio 239, explosivo y capaz de componer una bomba nuclear, producido en ambos reactores de la JEN, de los elementos materiales quemados y sin transcendencia militar. Entonces comprendí cual era el verdadero origen de los tomates de Aranjuez, que no era otro sino que los pillines de aquellos técnicos separaban, a mano, usando las manos artificiales de los depósitos nucleares aislados, y mirando a través de sus cristales amarillentos, el plutonio, de los demás subproductos de la combustión atómica. Eso era bien fácil, ya que tenía diferente color y el proceso se podía realizar a ojo.

Me dijeron que ya habían distraído unos siete quilos de plutonio, lo que era suficiente para construir dos bombas atómicas del tipo de la de Nagasaki, una bomba de plutonio 239, ya que la bomba de Hiroshima era de otro tipo, o sea de uranio enriquecido 235. Yo me hice cruces, pero naturalmente no dije nada, por obvias razones de oportunidad política de aquellos tiempos.

El asunto se destapó por culpa de los mismos técnicos de la JEN, que no tenían experiencia política, y que, muy orgullosos y sin cortarse un pelo, confesaron a una harka de inspectores de salvaguardias del OIEA que visitaron la JEN, lo que estaban haciendo a escondidas. Los inspectores suspendieron su última cena con los españoles y les faltó tiempo para ir contárselo a Eklund y a los norteamericanos de Viena. El Embajador de EE.UU. visitó a Franco, el cual, curiosamente, no se sorprendió de la noticia, que ya esperaba probablemente, y suspendió el programa de la bomba nuclear española para siempre. Debo reconocer que sentí cierto alivio, aunque continué siendo el gran experto en el tema de los gobiernos españoles hasta 1986.

Embajador, Jesús Riosalido
Embajador, Jesús Riosalido

En 1985 publiqué un libro de ficción, una novela que se llamaba ‘La Dama de Oostende’, en la que reproducía esta historia, si bien mezclada con nuestra reivindicación de Gibraltar, la cual ganó el Premio Camilo José Cela de la Diputación de Guadalajara, y en el que describía la imaginaria colocación de un artefacto explosivo nuclear en un barco, que describí de forma muy técnica y en cuyo dibujo conté con la ayuda del anteriormente mencionado, José Ángel Cerrolaza Asenjo, que amén de Almirante, era un gran científico de lo nuclear. Era de los más activos en el grupo, mientras que Carlos Sánchez del Río, que era buen elemento, siempre se mostró algo más lejano, acaso por cierto progresismo, que no dejaba de afectarle, lo mismo que el gallego José Antonio Ruiz López Rúa, si bien éste no lo hizo por progresismo. López Rúa aun hoy me hace pensar en otros gallegos insignes.

En cuanto a Antonio Sevilla Benito, que fue mi segundo en la Junta de Gobernadores, en los más intensos años de lucha contra el TNP, era bien listo, pero con una menor tendencia que la mía a luchar. Un día, en la sede del OIEA en la Kärntnerstrasse, estuvimos a punto de pelearnos, porque dio la razón a Kurt Waldheim, que entonces ejercía como Presidente de la Junta por Austria, antes de serlo de la propia Austria, según estimé yo, en contra de los intereses de España. Al cabo de los años, debo reconocer que Waldheim tenía razón, porque insistía en abordar el estudio de un documento, que yo me negaba a considerar, porque aun no se había traducido al español. Claro que yo entendía el inglés, pero quería dar tiempo a recibir instrucciones sobre el mismo de Madrid, lo que al final conseguí, eso sí, provocando la hostilidad de toda la Junta contra mi persona.

N. de la R.
El autor es Embajador de España y escritor.