Operacion Opera
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España
Jesús Riosalido (25/5/2014)
Fui trasladado a Madrid en 1973, y me convertí en Asesor Diplomático de la JEN, en Septiembre de 1973, cesando y siendo nombrado de nuevo en 1981. No regresé a Viena sino en el segundo año mencionado, para asistir a la correspondiente Asamblea General del OIEA, que había de discutir nada menos que el ataque preventivo de Israel contra la Central Nuclear iraquí de Tammuz, o de Osirak, como la llamaban los franceses, a unos 17 kilómetros al norte de Bagdad, el anterior 7 de junio, en el marco de la llamada Operación Ópera. La central, sometida a salvaguardias del Organismo, tenía dos reactores, Tammuz 1 y Tammuz, el primero más grande que el segundo. Tammuz era julio, el mes del calendario sumerio en el que el Baaz iraquí ascendió al poder.

Los EE.UU. estuvieron de acuerdo en nombrar a Domingo Siazón Presidente de aquella Asamblea General, porque no ocultaba su deseos de ser Director General cuando cesase Eklund y porque había sometido sin condiciones a su país al TNP. Pues bien, metieron la pata, porque los sirios introdujeron un proyecto de resolución para expulsar a Israel del Organismo, lo que era competencia de la Asamblea, y, después de echar cálculo exacto de los presentes, estimaron que podrían ganar el proyecto, si bien por tan sólo un voto. Se procedió a votar y salió el resultado de 74 a 74, o sea un empate, por lo que el proyecto de resolución debería estimarse rechazado.

Los sirios volvieron a echar cuentas y pidieron la lectura uno a uno de los votos. Cuando consiguieron el recuento, que nadie entendía aún para qué lo solicitaban, la Delegación siria salió disparada de la sala, salvo un retén, que dejaron dentro, para buscar al traidor, que resultó ser el Delegado de Madgascar, el cual fue hallado, al fin, ligando con la rubia encargada del bar. Le devolvieron en volandas a la sala de reuniones, y el malgache pidió que se repitiera la votación por no haber estado él presente durante la misma. Fue en este mismo momento en el que Siazón empezó a resbalar, porque no queriendo tomar él mismo una decisión, lo que reglamentariamente podría haber hecho, trasladó el juicio final sobre el caso a su asesor jurídico, que acabó de estropear las cosas para los EE.UU. y para el propio Israel.

Ocurría que el mencionado asesor era australiano, y por lo tanto educado en la preeminencia del Common Law sobre la Ley escrita, o Statute Law. El Reglamento, por consiguiente, sería norma de segundo rango, después de la costumbre. Y resultaba que, hacía muchos años, la Asamblea ya había permitido la repetición de una votación en algún asunto, por lo que el australiano se mostró inclinado a repetirla por segunda vez. Claro que el Presidente no tenía obligación de atender a la opinión del asesor, y que aún hubiera podido salvar a Israel, pero no lo hizo, y permitió volver a votar. Nosotros votamos disciplinadamente con los EE.UU. y con Israel en contra, como habíamos hecho la primera vez, pero el resultado fue de 75 contra 73, con lo que Israel fue expulsado temporalmente del OIEA.

La Delegación yanqui, la inglesa y otras, abandonaron entonces la sala, muy indignadas. Nosotros permanecimos, y Domingo Siazón comprendió que había puesto fin a su carrera, al menos dentro del OIEA, lo que así fue, en efecto. Sin apoyos para su candidatura a Director General, se retiró sin más de la competición, y aunque su gobierno le nombró Embajador en algún lugar del mundo, el que de verdad sustituyó a Sigvarad Eklund fue otro sueco, Hans Blix, que siempre me cayó mejor que el primer nórdico mencionado. La segunda parte de la carrera de Siazón fue, pues, gris y casi sin relieve. Me dicen que solía explicar con obsesión comprensible sus decisiones en aquella fatídica Asamblea General a quienes querían escucharle, como si hubiera decidido excusarse durante el resto de su vida.

Trajimos a Hans Blix una vez a Madrid, y tras visitar la JEN, fuimos a un espectáculo flamenco, pero él siempre se mantuvo algo lejano y precavido contra nosotros. En 2003 presidió una Delegación científica internacional para determinar si el Irak estaba construyendo armas nucleares y recibió instrucciones estrictas de Washington para opinar que sí, si bien se limitó a asegurar que nada había comprobado, y después de cesar y de regresar a Suecia, declaró abiertamente contra los EE.UU., asegurando que eso de las armas nucleares iraquíes era un patraña, inventada por Bush hijo para atacar al régimen de Saddam Hussein.

Regresé a Viena para participar en la Junta de Gobernadores varias veces, en especial en mayo de 1982, en plena guerra de las Malvinas, porque entonces estaba de moda el entierro de los desechos nucleares en el mar, como miembro de una Delegación que presidía Francisco Javier Palazón, que después habría de conocer muchos problemas. Las pequeñas islas de Kiribati y Nauru habían aceptado, a cambio de dinero, naturalmente, que se enterrasen los desechos nucleares en su sima del Pacífico, a unos 5.000 metros de profundidad. Esta barbaridad fue combatida por nosotros, ya que nadie garantizaba la inanidad de tales desechos a una profundidad de sólo la mitad de los metros a los que vuela un avión de líneas regulares. Entonces la cosa quedó en tablas, pero tal dislate no ha vuelto a repetirse en años posteriores.

N. de la R.
El autor es Embajador de España y escritor.


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