Por la espalda se les conoce

Sin Acritud…
Aniceto Setién (21/4/2023)
El conflicto en Ucrania empezó hace… ¿mil años? Este humilde comentarista se declara incapaz de aportar datos que no conozca cualquier ciudadano mínimamente informado. No obstante, unos levísimos apuntes pueden servir para enmarcar el exordio.

En primer lugar, conviene recordar que Rusia y Ucrania tienen su origen común en la federación de unas tribus varegas (vikingos), conocida como Rus de Kiev (¡de Kiev!), en el siglo IX.

Desde entonces, los encuentros y desencuentros entre “orientales” (usemos esta palabra para referirnos a lo que identificamos hoy como rusos, de lengua rusa y religión ortodoxa) y occidentales han sido intermitentes a la par que constantes. Suele ilustrarse este dato con la referencia a Taras Bulba, publicada por Nikolai Gogol en 1842 y que narra las aventuras de un cosaco ucraniano del siglo XVI, ortodoxo, que lucha con denuedo contra otros ucranianos, aliados de Polonia y católicos. Nada nuevo bajo el sol ni sobre las nieves que cubren aquellas estepas buena parte del año.

El penúltimo episodio de este conflicto debería situarse en 2014, año en que el gobierno de Kiev –prooccidental y apoyado por la OTAN ya en ese momento– comienza sus bombardeos sobre la población de sus regiones orientales, mayoritariamente rusófilas. El último episodio, en febrero de 2022, con la entrada de las tropas de Putin en esas regiones.

Un extremo que quizá conviene aclarar es que Putin, desde el punto de vista de este, su seguro servidor, es un sátrapa (pensaba escribir “cabrón con pintas” pero esa falta de elegancia desluciría el conjunto de las reflexiones). Ahora bien, ¿ser un sátrapa es conditio sine quae non para que “el mundo libre” se lance en tropel a denunciar sus fechorías y se perpetre la mayor campaña de desinformación y manipulación de la que tenemos memoria quienes ya peinamos canas? No, no, claro que no.

La nómina de sátrapas a nivel mundial es extensísima y con la mayoría, seamos honestos, nos damos besos con lengua o, como poco, procuramos no molestar y dejamos a sus víctimas abandonadas al albur de sus crueles tropelías.

Sadam Hussein, Bacher El Asad o Muamar el Gadafi son/fueron unos sátrapas, qué duda cabe. Pero ni por asomo se me antojan comparables al siempre mentado en Espacios Europeos, Teodoro Obiang Nguema, o la suerte de Dúo Sacapuntas que componen el rey saudí Salman bin Abdulaziz y su simpar heredero Mohamed bin Salman (el que mandó torturar, asesinar y descuartizar a un periodista opositor en Estambul y que hasta 2018 no permitía que las mujeres cogieran un volante, vamos, por refrescar la memoria).

El problema nunca ha sido invadir, robar, torturar, guerras químicas o biológicas, perpetrar genocidios… La frase pronunciada por un presidente estadounidense sobre Anastasio Somoza (padre) lo expresa muy bien: “Somoza es un hijo de perra pero es nuestro hijo de perra”. El asunto, pues, es otro y siempre tiene que ver con esa vocación del Imperio de que nada ocurra sin su consentimiento y su consentimiento tiene que ver con los intereses de sus enormes lobbies (el de armamento entre los más señalados).

Parece claro, pues, que lo que justifica esta enorme e insólita campaña de manipulación, desinformación, neolengua y bulos de agencia oficial ni es una invasión ni la defensa de los “valores occidentales” ni la libertad ni la democracia ni la integridad territorial ni… Ni siquiera el sentimiento romántico de ayudar al débil (véase, sensu contrario, la guerra de Yemen). Da un poco de grima escuchar a Josep Borrell soltar por la boca cosas que, objetivamente, no se cree ni él.

Para colmo, se somete a Rusia ¡y los rusos! a unas sanciones económicas que, en la práctica, son lo de “que se joda el coronel, que hoy no como”. Las famosas sanciones son las únicas responsables del desabastecimiento de combustibles y materias primas, inflación galopante y recesión económica. Putin no decidió que el precio de los huevos en mi supermercado haya aumentado cerca de un 50%, lo decidió la Comisión Europea, con Borrell y Úrsula von der Leyen a la cabeza.

Ursula von der Leyen y Xi Jinping

No vamos a extendernos en las razones íntimas que explican esta casi paranormal pleitesía que rinde la inmensa mayoría de nuestros dirigentes a un imperio que nos aporta de poco a nada.

Ya existen legiones de psicólogos de todo-a-un-euro escribiendo en los medios. No seremos uno más pero, ¿y ahora?

Adelanto que no me creo la versión oficial del veinteañero capaz de expurgar, entre decenas de miles de documentos de “inteligencia”, los más delicados, fotocopiarlos y lucirlos en un foro de videojugadores (gamers en moderno) para tirarse el pisto. Mi interpretación, que no tiene más valor que ser la mía, es que el Imperio nos quería trasladar un mensaje al modo de los posados en topless de Lola Flores en Interviú: “yo os lo vendo pero que parezca que me habéis pillado y yo no quería”. No obstante, esta alegoría del torso desnudo de la Faraona jerezana en las playas de Marbella nos cuenta muchas cosas.

Un resumen de brocha gorda del “topless robado” sería: “el actual gobierno de Ucrania, corrupto e incapaz, no puede ganar esta guerra en las que los estamos ayudando desde antes de que se pegara el primer tiro”. La filtración no dice que el ejército ucraniano se encuentra trufado de elementos nazis y tampoco, hasta donde sabemos, menciona al héroe nacional, nazi y genocida, Stephan Bandera. Esto es de mi cosecha.

Se impone un alto el fuego. Se exige un alto el fuego. No hay más remedio que un alto el fuego.

Quizá injusto y quizá contribuyente a consolidar un statu quo injusto, pero esta guerra de desgaste, que ya ni siquiera puede ser alimentada por la capacidad productiva de la industria militar occidental, debe parar. Y vamos negociando desde una premisa, asimismo inexorable: ninguna gran potencia permite que otra gran potencia le sople en la oreja. Rusia, tampoco.

Estados Unidos/OTAN se encuentran tan implicados (iba a decir “enmierdados” pero queda feo) en este despropósito que están incapacitados para cualquier intervención positiva. O la Unión Europea deja de jugar a Don Tancredo, empieza a trabajar para los intereses de los europeos y europeas y usa su inmensa capacidad diplomática para parar este desastre o China lo hará y se nos quedará a todos cara de bobos. Ya, ya sé… habría que jubilar a Borrell y Zelenski debería volver a su oficio de cómico. Ni lo uno ni lo otro parece grave y cuanto antes, mejor.

Los sueños delirantes de un mundo unipolar, orígenes últimos de muy buena parte de  las  guerras de todo el mundo, deben acabar y Europa es la única que puede hacerlo posible. Vamos a ello.