
Sin Acritud…
Ángel Luis Martín (23/1/2025)
Claudia Sheinbaum, presidenta de Méjico, mostró un mapa del siglo XVI: el Golfo de Méjico aparece con este nombre y el territorio de los inexistentes Estados Unidos como la “América mejicana”.
Claudia no pudo resistir la tentación: de forma irónica y maliciosa, solicitó el cambio de nombre de los Estados Unidos. Es comprensible, dada la arremetida de un Donald Trump en plan expansionista e imperial: Groenlandia, Panamá y cambiar el nombre de Golfo de Méjico por el de Golfo de América: por supuesto América en el sentido de la doctrina Monroe: “América para los americanos”, es decir los USA.
Los nombres geográficos son a veces enredos históricos donde lo simbólico tiene gran importancia política y hegemónica. Recuérdese que la imperial Roma llamó al Mediterráneo, Mare Nostrum: nuestro mar, el mar romano.
La ingeniosa muestra del mapa del siglo XVI por parte de la señora Sheinbaum, evidencia el valor de lo histórico, las raíces, y su utilización como estrategia discursiva tanto defensiva como atacante: política, al fin y al cabo.
Emulando a Claudia Sheinbaum, precioso apellido, repasaremos sucintamente la historia del Golfo de Méjico, en la que España aparece en escena, sin ser llamada y sin esperar a serlo, cual un viejo caballero enlutado, enfermo de dolorosa gota, con la espada podrida por los siglos, el olvido y la tristeza de ya no ser lo que fue ni por asomo y haberse convertido de amo en siervo para su vergüenza.
Fue Sebastián de Ocampo, el primer europeo que avistó por primera vez las aguas del Golfo y dio noticia de ello a su regreso a La Española.
No se le pasó por las mientes, bautizar con su nombre aquella masa de agua enorme aunque por poner arbitrio entre el inflamado Trump y la señora Sheinbaum, podría ser una justa solución al contencioso lingüístico: Golfo de Ocampo.
Núñez de Balboa descubrió el Océano Pacífico y así lo denominó porque le vino en gana: no eran los exploradores y conquistadores españoles muy dados a egolatrías de nombres propios por considerarlo desdoro y poco cristiano: mejor eran los nombres de santos.
Si Trump hubiera sido Ocampo y Elon Musk, Balboa, no habría habido vacilación alguna: el Golfo de Méjico se llamaría Golfo de Trump, con el aplauso de los evangelistas, y el Océano Pacífico, Océano de Musk.
Tiempo al tiempo: cuando la música de Wagner comienza a atronar y hace levantar el brazo de Elon Musk, a la romana y con furor, todo puede suceder.
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