J.M.G.T. (23/10/2008)
Miguel Romero Esteo, el autor que acaba de recibir el Premio Nacional de Literatura Dramática, es un personaje singular, cuyo perfil merece ser complementado con algunos trazos que no aparecen en las notas biográficas de urgencia que están ofreciendo los medios informativos más convencionales.

Jubilado, en Málaga, donde fue profesor universitario de Historia Social de la Literatura, había cursado las carreras de  Ciencias Políticas y de Filología Hispánica; pero su originalidad como escritor viene por sus obras teatrales, siempre difíciles de representar ya que alcanzan o sobrepasan, algunas, las cinco o seis horas de duración. Conocido y valorado por grupos minoritarios de distintos países, su nombre no ha llegado al gran público.

En el espectáculo de aquelarre que es su teatro, incluye a personajes tan singulares e irreales como el tibetano que colecciona, en tarros de cristal, intestinos gruesos de dictadores.

Miguel Romero Esteo fue seminarista y estudió también en la Escuela de Periodismo de la Iglesia, en Madrid; entonces trabajaba como ayudante de cocina con los norteamericanos en la Base Aérea de Torrejón de  Ardoz. Manejaba el inglés.

De familia económicamente muy modesta, siempre ha vivido a salto de mata, rodeado de libros, y al día, como corresponde a su carácter bohemio. Ahora cobra una pensión baja y habla de dedicar los veinte mil euros del premio para instalar una ducha decente y acondicionar un poco la humilde casa que habita.

Entre sus declaraciones Romero Esteo dice: «A principios de los setenta yo era un joven activo y pertenecía a la vanguardia antifranquista que consiguió cierto prestigio por hacer un teatro muy imaginativo y un poco envenenado, casi virulento». La personalidad protéica y afable de Romero Esteo compatibilizaba su sátira literaria al Antiguo Régimen y la colaboración con la Presidencia del Gobierno de Castellana 3, encarnada en la figura de Carrero Blanco. Miguel Romero cumplía el encargo de visitar librerías para seleccionar y adquirir cualquier obra recién aparecida que aportara ideas y expresiones novedosas, utilizables en discursos y escritos políticos para estar al día. Sus informes con tales sugerencias iban a Emilio Sánchez Pintado (del Opus Dei), a cuyas órdenes figuraban, por entonces, Tito Colodrón y Rafael Ansón, así como, un escalón más abajo, Adolfo Suárez.

Las dos caras de Jano no desentonaban demasiado en una personalidad paradójica como la del imaginativo dramaturgo.

Por aquellas fechas, Romero Esteo escribía también una interesante sección en el suplemento dominical de «Nuevo Diario».