ttEspaña
José Manuel González Torga (25/1/2009)

La grave crisis financiera de alcance internacional, que lleva a la ruina a países enteros, como Islandia,  y al suicidio a magnates de distintas nacionalidades –se contabilizan cinco-  repercute sobre fondos de inversión, fondos de pensiones, individuos y familias. Podemos decir que nos empobrece a casi todos. Aunque haya enriquecido antes a ciertos pícaros de elegante porte, como Bernard Madoff. En el fondo, la madre del cordero han sido timos de nomenclatura moderna, aunque de vieja inspiración: la colocación de productos financieros tóxicos y el pago de intereses superiores mientras la pirámide lo permite.

Sofisticados consultores y auditores han servido para vencer la desconfianza de multimillonarios, que picotearon los cebos envenenados como auténticos pardillos.

El problema admite análisis y comparaciones muy diversas. Entre otros, el contrapunto histórico, salvadas las distancias por la mayor complejidad actual. En este sentido, dos redes financiero-informativas de los siglos XV y XVI, revelan como por entonces el maridaje entre noticias y negocios daba excelentes resultados. Las Casas Fugger y Ruiz obtuvieron y mantuvieron el éxito económico solventando dificultades  circunstanciales que, como es lógico, no dejaron de afectarles.

La información que acumulaban les proporcionaba seguridad para apostar por oportunidades de lucro; pero también para estar en guardia ante los peligros. Las crisis nunca faltaron, cíclicamente: las épocas bíblicas de vacas gordas y de vacas flacas. Se trataba de prevenir y actuar a tiempo.

                        

Los Fugger –banqueros y hombres de negocios- crearon una estructura financiero-informativa que  mantuvo una relación privilegiada con el César Carlos, antes y después de ceñir la corona imperial.

 

La firma Ruiz, también con implantación transnacional, aunque a menor escala, compartió las funciones mercantiles y noticiosas, bajo la égida de Felipe II.

 

Ese cierto paralelismo merece una cala retrospectiva, de la cual sacar alguna reflexión extrapolable en el tiempo.

 

Ricos por antonomasia

El apellido Fugger quedó castellanizado en España como Fúcar, aproximándose a los orígenes ya que derivaba, con toda probabilidad, de la palabra latina “fuccare” (teñir). Los antepasados eran tejedores que acabaron por trasladarse de la localidad campesina de Graben a una ciudad próxima:

Augsburgo, futura metrópoli de su vasta geografía  empresarial.

La evolución de la firma Fúcar convirtió el apellido en un vocablo de nuestra lengua, válido para designar a alguien muy rico. Un fúcar, a partir de entonces, es un magnate.

El más célebre de la estirpe de los Fúcar fue,

precisamente, Jacobo II el Rico (Jacob der Reiche), cuya vida discurrió entre el 6 de marzo de 1459 y el 31de  diciembre de 1525. La renta anual de su casa, a un interés normal del capital, se estimaba en unos cien mil florines, cantidad equivalente a los salarios de siete mil peones en el mismo periodo.

  

La representación algo aparatosa de tanto poder económico quedaba plasmada en el boato del escritorio de oro (Goldene Schreibstabe), “sancta santorum” de la sede central.

 

Aquel escenario opulento sirvió de

118

marco para visitas, negociaciones y firmas con comerciantes, nobles y personalidades de varia significación. Para formalizar créditos bancarios o cerrar otro tipo de negocios. Debía de ser un ambiente singular el de ese “despacho célebre en su tiempo por su precioso entablado de arce,  adornado con listones dorados”.

 

Sobre una piel de león, cuatro tallas del rey de la selva en madera negra, con incrustaciones de

 oro y nácar, servían de base al escritorio. Una placa de mármol verde pálido, veteado, sustituía al tablero, y el escudo familiar lucía  en la mesa y en el respaldo de un sillón macizo, repujado con lises de oro, sobre campo de azur.

 

Formación veneciana: gestión mercantil y comunicaciones

Jacobo, el benjamín de los hermanos, fue destinado inicialmente a la carrera  eclesiástica, habiendo recibido las órdenes menores. Reclamado luego para compartir la gestión de las empresas de la familia, viajó a  Venecia, donde contaban con delegación, para adquirir la preparación mercantil, como hacían por entonces los herederos de los mercaderes alemanes adinerados. Allí podía aprenderse la contabilidad por partida doble, poco introducida en el país de aquellos.

 

 

En Venecia supo también, el joven Fúcar, de la importancia concedida a las “relazioni” de los diplomáticos de aquella República lacustre. Las cartas informativas ya existían desde los siglos IX y X; pero adquirieron un desarrollo superior en centurias posteriores: “El embajador había de observar atentamente –según precisa Carlos Diehl,  para el siglo XVI, con la extensión de las representaciones  estables– todo cuanto pasaba a su alrededor, informar con minuciosidad al Senado de todo lo que llamase su atención”.

 

Jacobo Fúcar trasladó a su organización el orden administrativo, secundado por el contable-jefe Mateo Schwarz, quien también  había aprendido el oficio en Venecia, Génova y Milán.

 

Por otra parte, una ve211z que el hermano menor de aquella familia de mercaderes y banqueros pasó a regir la red de empresas, “creó un servicio regular de información”. Algo que no significaba un lujo, sino un instrumento requerido para llevar a cabo una estrategia eficaz, explica León Schick: “El tener asuntos importantes en los cuatro puntos cardinales, asuntos dependientes de los acontecimientos políticos, tan cambiantes, y de los vaivenes de una economía inestable, hacía necesario al jefe de una empresa tan grande recibir informes rápidos y seguros. Estos informes, recogidos en las mejores fuentes, permitían explotar las variaciones de valor de las monedas o las fluctuaciones del precio de las mercaderías; tener conocimiento de los hechos políticos antes que los competidores, evitaba adquirir compromisos arriesgados o meterse en nuevos negocios”.

 

El alto nivel informativo proporcionado por una legión de agentes, corresponsales y colaboradores, permitía a Jacobo Fúcar transmitir noticias políticas a algunos Príncipes alemanes que no las tenían por sí mismos y, en particular, a los Duques de Sajonia.

Antón y Raimundo Fúcar hubieron de suceder a su tío cuando Jacobo falleció sin hijos; la primacía fue para el primero de ellos.

 

“Además, efectuaban un seguimiento informativo de negociantes competidores y, en especial de la casa Welser, igualmente con raíces en Augsburgo y también poseedores de una trama propia para la circulación de noticias, aunque no tan célebre como la de los Fugger. Estos últimos recibían noticias de su organización exclusiva, con agentes que residían o viajaban por los escenarios de sus actividades económicas. Pero también contrataban los servicios de noticieros, establecidos con oficina profesional como mercaderes de noticias. Fue el caso, por ejemplo, de Jeremías Kraser y el de su continuador Jeremías Schiffle, en la propia Augsburgo”.