torga1José Manuel G. Torga (9/4/2010)
«Historia del pueblo armenio» representa un compendio de tan amplia materia, basado en la obra de Ashot Artzruní (seudónimo de Artzruní Tulian, nacido en Armenia en 1902; fallecido en Buenos Aires, en 1979), obra que ha sido revisada y actualizada por  Rubén Artzruní (llamado realmente Rubén Sirouyan,  vio  la luz en París, en 1931).

Las vidas de uno  y otro siguen cursos propios, con diferencias generacionales; pero ofrecen coincidencias: en ambos figura la pertenencia al FRA (Federación Revolucionaria Armenia); como  también el haber dirigido el diario Armenia y el hecho de desarrollar una extensa labor de difusión sobre la cultura, las reivindicaciones y los problemas armenios.

El libro que aquí se trata de comentar ha llegado, en 2010, a la 4ª edición en español, lanzada por SIRAR Ediciones. Lleva tres prólogos. Los dos primeros corresponden a las autorías y  los títulos siguientes: Osvaldo Bayer («La Historia de un pueblo inclaudicable») y Guevorg Yazedjian («La importancia estratégica de la Historia»).

El tercero  –«Escrito desde la pasión»– se debe al periodista español José Antonio Gurriarán, quién supo de las sinrazones,  pero aunó sus sentimientos con las razones de Armenia al indagar, tras el grave atentado terrorista que le hirió, víctima de una fatídica casualidad, al utilizar una cabina telefónica, hace 30 años, en el corazón urbano de Madrid.

En páginas del pórtico, Willian Saroyan sintetiza la dimensión patria de sus compatriotas al testimoniar que «cuando dos armenios  se juntan en cualquier parte del mundo, allí se levanta una nueva Armenia».

La tierra armenia y el monte Ararat evocan una memoria ancestral, entre la Biblia y la tradición legendaria. Ya dentro de la historia, su situación geopolítica apenas ha dado tregua a vicisitudes de todo signo.

Vaivenes de los tiempos
En una zona de fricción, en la vecindad de imperios y pueblos lanzados a la conquista -Roma, Bizancio, Persia, los mongoles, los árabes, el imperio otomano, el ruso…- las fronteras y la soberanía armenia pasaron por vaivenes muy diversos.

No faltaron épocas de apogeo, como la lograda por Tigran II el Grande, de la dinastía artashesian, que entre los años 88 y 69 a. C. ganó el título  de rey de reyes al constituir el imperio más poderoso de Oriente, en el que integraba diez reinos.

Pese a otras etapas de una Armenia tutelada o invadida, sojuzgada y dividida, la identidad de pueblo y de nación se ha mantenido contra viento y marea.

Los tiempos más atroces llegarían en el pasado siglo XX. «Entre 1915 y 1916   -recoge la obra histórica dlibro-sobre-armeniae los Artzruní – fueron exterminados más de un millón de armenios; la Armenia occidental fue despoblada y devastados  innumerables riquezas y tesoros culturales». Es lo que recibe las calificaciones de «El Genocidio» y «La Gran Tragedia», que  llevaron a cabo fuerzas turcas, aunque Turquía se niega a reconocerlo.

«En la noche del 23 de abril de 1915 fueron apresados más de 2.000 destacados intelectuales, de los cuales 800 en Constantinopla. Los arrestados eran deportados a lugares recónditos. Unos fueron ultimados en el camino y el resto al llegar a destino.

 Después de privar al pueblo de sus dirigentes, comenzó la deportación y masacre de los armenios que habitaban los territorios asiáticos del imperio». «La argumentación del gobierno turco  -habría que puntualizar que no resulta válida- es que las muertes han sido consecuencia de la guerra de 1914-1918… «.

La lucha dialéctica perdura con virulencia y hasta con resultados cruentos. Hace sólo tres años, el fundador y director del semanario Agos, Hrant Dink, fue asesinado en Estambul. Un crimen que se achaca a la finalidad de quebrar su línea frente a los negacionistas turcos.

Dilema para Turquía
Al día de hoy, lo cierto es que «la presión interna por un lado y la externa, que impone el reconocimiento del Genocidio, entre otras numerosas condiciones para su ingreso en la Unión Europea, sitúan a Turquía ante un dilema que presagia importantes decisiones».

Personalmente no creo que sirva como modelo lo ocurrido en Holanda y Bélgica, en 2006, que debatieron proyectos de ley para implantar como delito la negación del Genocidio Armenio. Los hechos históricos deben imponerse,  en libertad, por la mera  demostración de su certeza y no por leyes punitivas, que pueden rodearlos más bien de sospechas, a causa del blindaje frente a la investigación.

El reconocimiento internacional del Genocidio Armenio avanza y, en fechas recientes, ha logrado nuevos  refrendos con la condena por parte del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de Estados Unidos así como del Parlamento de Suecia.

Una consecuencia de aquel genocidio fue la diáspora armenia. En 1970, alrededor del 60 por ciento de unos cinco millones de armenios que había por entonces, vivía fuera de Armenia, bien en otros territorios de la Unión Soviética, bien por el resto del mundo. Hoy son unos diez millones de armenios, de los cuales cerca de tres millones habitan en su patria y el resto, repartidos entre más de cien países: en Rusia, por encima de un millón y otra gran colonia, de magnitud similar, en Estados Unidos.

Polos culturalesperiodista-armenio
Su sentido de la propia identidad, renacida siempre de todas las tragedias como el Ave Fénix, les anima a mantener en todas partes organizaciones con sus señas distintivas. Así han creado, tras el Genocidio, hasta su propia «literatura de la tragedia». Paris, Alepo o Beirut destacan en su itinerario de trasplantes culturales. Actualmente figuran otros polos literario-artísticos, ubicados en Los Ángeles, Buenos Aires y varias ciudades europeas.

Separada de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en un plebiscito de fecha 21 de setiembre de 1991, la población votó la independencia de la República de Armenia, que quedó proclamada oficialmente dos días después.

Karabagh permanecía como asignatura pendiente. Pero Armenia subsiste, entre las fronteras de su presente y una diáspora en los cuatro puntos cardinales. Sus reivindicaciones insisten en alzar la voz. Los peores embates no pueden con una voluntad irreductible.