Mi Columna
Eugenio Pordomingo (28/8/2008)
La Comunidad de Madrid, a través del Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario (IMIDRA), ha certificado la «alta calidad de las variedades del melón de Villaconejos». A estas sesudas conclusiones han llegado tras un estudio sobre las cualidades de los distintos tipos de este fruto que se cultivan en la localidad de Villaconejos, sita en Madrid.

Los resultados de la investigación ponen de manifiesto -según el IMIDRA-, las «propiedades nutritivas muy valiosas, como el alto contenido en ácido ascórbico o vitamina C, y en beta-caroteno, precursor de la vitamina A». Continúa el pormenorizado estudio así: «las variedades cultivadas en la región son las más dulces y jugosas de cuantas se cultivan hoy en día».

La Consejería de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio ha hecho públicos los resultados de este estudio, pionero a nivel nacional -y con seguridad en los países más serios-, en el Museo del Melón de Villaconejos, donde se ha celebrado una cata de este fruto con la participación de profesionales del sector y público en general.

«El proyecto de investigación Caracterización morfológica y molecular del melón de Villaconejos, puesto en marcha en 2005, ha evaluado 14 cultivares locales del municipio para posteriormente compararlos con otras 29 variedades de otras zonas de España», se dice en la nota oficial de tan importante hito en la historia de la investigación melonar.

Los pormenores acerca del entrenamiento de los «catadores»,  sensorialidad de la cata, atributos meloznidos, color de su jugosa carne, consistencia y firmeza, jugosidad, dulzura, acidez, fibrosidad y aromas, no nos importan. Y no nos interesan porque sabemos de ellos sin «valiosos estudios».

Nos cuentan que antaño, hombres y mujeres venidos del agro español (muchos de ellos de la etnia caló) inundaban los barrios de España, ofreciendo «¡melón a la cala!». Te ofrecían un jugoso y nada despreciable trozo, cortado con afilada navaja cabritera, y si te gustaba comprabas; de lo contrario quedabas exento sin problema.

Menos mal que la Comunidad de Madrid nos ha descubierto unas «características morfológicas nunca descritas«, como son «el color negro de su corteza, el tono grisáceo-azulado o las señales doradas en forma de estrella del ápice del fruto».

No se dónde puedo encontrar ese valioso estudio, pero para comprobar algunas de las conclusiones del mismo, ampliamente difundidas por la Comunidad de Madrid, me voy a un Hiper con la intención de conseguir un melón de Villaconejos: «¡Me da un melón de Villaconejos!…».  La dependienta -una oronda dominica- me mira con gestó bonachón y me endilga: «¡Que dice del conejo, señor!».

 Con seguridad me sonrojo, miro a mi alrededor; no hay nadie. Le contesto: «No, del conejo nada, le pregunto si tienen melones de Villaconejos».

La exuberante morena llama al «responsable» de frutería y le cuchichea algo al oído. El responsable -con seguridad un rumano de Transilvania-, se adelanta con gesto preocupado y me dice en tono muy quedo: «Chica no entender que querer decir con eso del conejo».

Empiezo a tener la sensación de que terminaré en el cuartelillo de la Guardia Civil. Vuelvo a mirar a derecha, izquierda y detrás -al centro no; el centro ya es propiedad del PSOE y PP-, y me congratula y tranquiliza ver que no hay nadie.

«Mira, me da lo mismo; no hace falta que el melón sea de Villaconejos, deme otro cualquiera», les digo. La dominicana, metiendo cintura y sacando pecho, se dirige a mí con una sonrisa más blanca que la nieve: «Ya no quiere el concejo, señor».

Al final, tras sobar, apretar y estrujar a un voluminoso melón de color amarillo, tirando a chino, con pintas de tenue color marrón, como tierra volcánica, y suaves grietas semejantes a las que provoca el «arador de la sarna», me dan un melón, con certeza elaborado entre plásticos y con técnica israelita, o sea sin semillas.

Mientras me dirijo a mi casa, con la bolsa del melón a cuestas, me viene a la cabeza algo que se me había pasado ¿Cuánto ha costado ese estudio? ¿Quién o quiénes lo han elaborado?

Más tarde consulto a un amigo ecologista, experto entre otras muchas cosas, en melones. Y me dice, pero «¡coño, Eugenio, no sabes de quien depende el IMIDRA!». Silencio. «De Maria Jesús Villamediana Diez, hombre». Me da lo mismo…

 Pienso en lo que cuestan estos estudios, que con tanta facilidad y asiduidad se realizan en colaboración con Ministerios, Comunidades Autónomas y Ayuntamientos, y todo para certificar perogrulladas. Como en este caso, para «certificar» que los melones de Villaconejos son estupendos, por no decir c…