Mi Columna
Eugenio Pordomingo (12/3/2011)
Ayer se cumplieron siete años de aquel fatídico 11 de marzo de 2004 en el que murieron 192 personas y hubo más de dos mil heridos, muchos de ellos de extrema gravedad. El 11-M fue el mayor atentado de nuestra más reciente historia. Sobre esa masacre hay unanimidad. Todos pensamos que fue una gran tragedia; un vil y cobarde atentado. Pero, a día de hoy se sabe muy poco sobre lo que verdaderamente aconteció aquella mañana del 11 de marzo de 2004.
Las asociaciones de víctimas de aquella masacre siguen desunidas porque así lo quieren los poderes fácticos y algunos intereses personales. Se repite así el axioma de «divide y vencerás».
Ni sabemos quién o quiénes fueron los autores intelectuales de aquella masacre; ni sabemos quién o quiénes la ejecutaron. Poco a poco, nos vamos enterando, eso sí, que hubo muchos que se han dedicado a obstaculizar las diversas investigaciones que, desde la sociedad civil, se vienen realizando. Otros muchos se obstinan de forma irracional a ceñirse a las versiones oficiales, negando todo resquicio de duda o evidencia de otras vías de investigación distintas a las oficiales.
El 11-M ha marcado un hito en nuestra reciente Historia -aunque no nos damos cuenta- y también en la de Europa. Un punto de inflexión, de no retorno a lo de «antes». Del 11 al 14 de marzo de 2004 (fecha de las elecciones legislativas) tan sólo van tres jornadas. Pero vaya tres días.
Las motivaciones y las consecuencias del 11-M no se deben soslayar en cualquier análisis que se haga. A la memoria me viene el asesinato (algunos lo denominaron magnicidio) del que fuera Presidente del Gobierno durante el franquismo. Me refiero al almirante Luís Carrero Blanco. Con su muerte muchas cosas cambiaron. Los que ordenaron su asesinato, no sólo querían acabar con él; querían acabar con algo más. ETA fue la mano ejecutora, pero con seguridad no la inductora o «autor intelectual».
El sociólogo Amando de Miguel, en un estudio sobre las familias del franquismo- dejó escrito lo siguiente: «Somos un pueblo bastante siniestro, y aquí las grandes etapas políticas se determinan por el asesinato de un gran jefe político». Tras mencionar a Cánovas (1897), Dato (1921) y Calvo Sotelo (1936), manifiesta su opinión acerca de lo que representó la muerte de Carrero Blanco: «Asimismo, el franquismo desarrollista acaba con el atentado que costó la vida a Carrero Blanco (…). Cada uno de estos atentados representa un punto de inflexión hacia una nueva fórmula política y hacia nuevas condiciones económicas».
En efecto. En aquella ocasión, tras el frío y enigmático comentario de Franco, «no hay mal que por bien no venga», se confirmaba un inicio de transición política y otro, un tanto incierto, de transformación económica.
La tragedia del 11-M, hace ahora siete años, no se puede analizar sin tener en cuenta los resultados electorales del 14-M; sin obviar la cuestión europea; sin dejar a un lado el fenómeno del terrorismo; sin marginar las alianzas de Aznar por aquellos días y las de Zapatero después, con Marruecos y la Francia de Sarkozy; ni la «guerra» que mantienen países y petroleras en busca de recursos energéticos, olvidándose de los derechos humanos.
Para un diagnóstico del 11-M, se precisan otros muchos análisis, y muchas radiografías de varios cuerpos sociales. Por ejemplo, ¿hubieran sido los resultados electorales los mismos sin la masacre del 11-M? Nunca se sabrá. Lo que si está claro, al menos para mí, es que los que optaron por votar a unos u otros no cambiaron su opción política de forma radical, influidos por la gran tragedia. Todos eran votantes susceptibles de votar a quien lo hicieron; pero, muchos estaban indecisos. Incluso, el atentado animó a un sector de los indecisos a votar. Diríamos que el voto se radicalizó con aquella tremenda desgracia. El PSOE no ganó las elecciones; las perdió el PP.
Después de siete años, con juicio y sentencia firme, y a pesar de lo que digan unos y otros, no se ha sabido quién o quiénes fueron los autores intelectuales y materiales, de esa masacre.
El GEO Torronteras falleció en el piso donde, supuestamente, se inmolaron varios presuntos terroristas del 11-M
El 3 de abril de 2004 el subinspector del Cuerpo Nacional de Policía, Francisco Javier Torronteras, adscrito a los GEO (Grupo Especial de Operaciones), moría al estallar la carga explosiva con la que se inmolaron varios supuestos terroristas del 11-M que se encontraban en un piso en el barrio de Leganés, en Madrid.
La tumba del GEO fue profanada el lunes 19 de abril de ese mismo año, en el cementerio Sur de Madrid. Allí, unos desconocidos sacaron su cadáver del nicho donde se encontraba y lo trasladaron cientos de metros (700), donde le prendieron fuego. Hasta ahora no se ha sabido más de ese macabro asunto. Sobre ese cadáver, totalmente calcinado, si se hizo la autopsia, no antes.
Nada más llegar al gobierno, el entonces ministro de Interior, José Antonio Alonso manifestó que en cuarenta y ocho horas aclararían todo lo relacionado con esta muerte. Pues ni cuarenta y ocho horas ni siete años. A estas alturas, todavía no sabemos con certeza qué es lo que aconteció en el piso sito en el barrio de Leganés de Madrid; ni cómo murió Francisco Javier Torronteras; ni por qué se le enterró a toda prisa sin esperar tan siquiera a que se cumpliese el plazo legal.
José Antonio Alonso, reprobó la «brutal profanación» de su cadáver y expresó su «más sincera solidaridad y apoyo» a los familiares de Torronteras, a la vez que se comprometió a que, a la mayor brevedad, se tendrían noticias sobre esa brutalidad.
Tres años más tarde, el ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, Jesús Caldera, hizo entrega en el cuartel de los GEO en Guadalajara, de la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, a título póstumo, a Torronteras. La condecoración fue recogida por la viuda del policía.
Ese asunto también quedó en el olvido.
En la memoria colectiva queda el enfrentamiento entre partidos políticos, que se ha trasladado a las asociaciones de víctimas del terrorismo y a la sociedad.
Este desolador panorama ha servido a la ciudadanía para darse cuenta de la incapacidad de nuestros gobernantes e instituciones. Después de transcurridos siete años seguimos esperando para conocer la auténtica verdad.
Las dudas son muchas: ¿Por qué los trenes fueron desguazados rápidamente, sin que se analizaran sus restos?; ¿quién ordenó ese desguace? Tampoco se sabe con certeza qué tipo de explosivo emplearon los asesinos. En estos días 15 policías nacionales (TEDAX) declaran ante los jueces que tratan de aclarar si su actuación fue correcta.
Los españoles no debemos perder nuestra «memoria colectiva», a pesar de los esfuerzos que otros hacen porque así sea. Borges dijo que si el hombre pierde la «memoria colectiva» se convierte en un imbécil, o un Idion, un cualquiera, según Aristóteles.
Los ´controladores´ del Sistema imperante tratan de que «la mutación del ciudadano al idiota social» sea un logro, como afirma el sociólogo italiano Marcos Roitman. A base de «eliminar» o hacernos olvidar ciertos hechos, tratan de hacernos perder nuestra identidad colectiva. Así, poco a poco, caemos en el autismo individual y de ahí al adormecimiento colectivo va un centímetro.
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