Sin Acritud…
Ana Camacho (28/6/2012)

Mujeres tuaregs
Mujeres tuaregs

El video de la joven pareja de Tombuctú castigada a cien latigazos cada uno por tener una hija sin estar casados, le ha venido de perillas al frenesí con el que la diplomacia francesa está moviendo ficha para encontrar la manera de intervenir en Malí contra la independencia proclamada por los tuareg en el norte del país. Los tuaregs del Movimiento de Liberación Nacional del Azawad ya pueden decir que ellos son laicos, que las poblaciones de las ciudades bajo su control rechazan el islamismo que exige una rigurosa aplicación de la sharia y que las facciones que defienden un estado tuareg islamista son minoritarias y ajenas a su movimiento y su cultura.

La realidad es que, como mínimo, el terrible episodio de la pareja flagelada demuestra que el MNLA (que ha confirmado el hecho al condenarlo en un comunicado) no tiene un control absoluto, como aseguraba, de Tombuctú, la ciudad mítica de las rutas caravaneras; como tampoco debe tenerlo en Kidal, donde las mujeres que se manifestaron contra el «oscurantismo» islamista fueron duramente represaliadas, o en Gao donde su Gobierno de transición también ha condenado el asesinato de un profesor por parte de elementos «no identificados» que no obedecen sus consignas de tolerancia, laicismo y pacífica convivencia entre tribus tuaregs y negras.

En cualquier caso, es una buena noticia de que, por fin, Occidente se escandalice por la brutalidad de los métodos que en ciertas partes de la tierra se aplican en nombre del respeto a la religión. Si el salvajismo exhibido en la mítica perla del desierto sahariano es aireado para ilustrar el peligro que supone para la seguridad internacional el fanatismo islamista, se supone que ello servirá para actuar también en relación otros países donde la estricta aplicación de la ley islámica hasta ahora era observada por los occidentales como un elemento natural de una cultura a la que hay que respetar en nombre del principio de la no injerencia. 

De hecho, la afición islamista por la disciplina de la «letra con sangre entra» se ha convertido en motivo de polémica internacional en relación a Irán, Sudán o el norte de Nigeria. Pero, también está de lo más arraigada en países muy respetables como Arabia Saudí, Kuwait o Singapur donde la aplicación de los latigazos no es vista ni por Francia ni, por supuesto, EEUU o Inglaterra como un síntoma de peligroso extremismo. 

A veces organizaciones como Human Rights Watch o Amnistía Internacional logran promover campañas de denuncia contra estas deplorables prácticas, como ocurrió con el gay condenado a recibir mil latigazos en Arabia Saudí  por faltar al concepto de decencia viril islámica. O en el caso de la anciana saudí de 75 años castigada a 40 latigazos por reunirse con dos jóvenes sin ser familiares sin que sirviese de disculpa que uno de ellos (castigado con 60 latigazos) alegase que era hijo de leche de la mujer que lo había amamantado de niño. O el de la periodista Rosana al Yami condenada a 60 latigazos por trabajar en una cadena de televisión libanesa que emitió un programa que en opinión de las autoridades hacía apología del pecado en cuya confección, por cierto, incluso el juez reconoció que ella no había tenido nada que ver. O el de las mujeres condenadas por conducir o la niña de 13 años castigada con 90 latigazos por llevar el teléfono móvil a clase. 

Cuando estas noticias saltan a los grandes titulares de la prensa, puede llegarse a lograr que las autoridades apliquen una reducción de condena e, incluso el indulto. Se aprovecha entonces desde Occidente  para celebrar el hecho como un síntoma de cambio aperturista o, incluso, de cumplimiento de esas promesas que ya en 2009 el Gobierno saudi hizo ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU de acabar  con el sistema de tutela de los hombres sobre las mujeres, dar plena identidad jurídica a las mujeres sauditas, y prohibir la discriminación de género.  Al fin y al cabo, como dicen en Riad,  el concepto de sharia, relativo a la tutela masculina sobre la mujer, no es un requisito legal, y  «el Islam garantiza el derecho de la mujer para llevar a cabo sus asuntos y gozar de su capacidad jurídica…» 

Cicatrices de una víctima del castigo del látigo en Batong Rouge (Louisiana) en 1853.
Cicatrices de una víctima del castigo del látigo en Batong Rouge (Louisiana) en 1853.

Mientras en Riad avanzan en la senda de la moderación,  resulta llamativa la tolerancia con la que, por ejemplo, los gobiernos occidentales se las cogen con papel de fumar cuando sus propios ciudadanos son condenados a probar los rigores de la justicia saudí.  Tomemos como muestra lo ocurrido con el australiano de origen iraquí Mansor Almaribe,  condenado a 500 latigazos por un supuesto delito de blasfemia cometido en Medina durante una estancia en este país para cumplir con el precepto de todo buen musulmán de peregrinar a La Meca. Al final el Gobierno australiano logró que Almaribe, enfermo de diabetes y con problemas cardíacos fuese liberado con una reducción de pena. El Gobierno australiano anunció como una gran victoria y muy agradecido que a Almaribe se le hubiesen perdonado 425 latigazos y limitasen la flagelación a 75 golpes. «Su castigo corporal ha sido reducido considerablemente y administrado de manera que no cause daño físico», dijo el ministerio de Exteriores australiano congratulándose de la buena nueva. 

Cabe esperar que, a partir de ahora, estas contemplaciones se acaben. Seguro que el Gobierno de François Hollande se encargará de liderar una campaña internacional contra todo régimen que aplique el Islam y el orden a golpe de látigo.

N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de Ana Camacho, periodista, activista intelectual y física, de los derechos humanos, además de secretaria de la asociación APPA (Asociación para el Progreso de los Pueblos de África), que también e puede leer en su página de Internet En Arenas Movedizas