El fracaso de Rajoy
España
Diego Camacho (20/2/2014)
Los palmeros de Rajoy han encontrado por fin un argumento para convertir la necesidad en virtud. La inacción presidencial ha sido convertida por arte de magia en la estrategia política de un gran estadista. Estos propagandistas sostienen que con su silencio frente a los continuos desafíos secesionistas, provenientes de Cataluña, tiene a los separatistas desconcertados. La realidad es bien distinta, pues los corifeos de Mas al constatar la falta de respuesta gubernamental se muestran cada vez más osados en su desafío a la legalidad. La inactividad como norma general de conducta, solo puede ser paradigma del misticismo o de la vida contemplativa no de la acción política, donde la búsqueda de la iniciativa es factor esencial para alcanzar el objetivo deseado.
Cuando los frentes abiertos son numerosos y la dejación de funciones es la norma general en la que se mueve nuestro Presidente; las causas de su actitud sean las que sean, pues tampoco nunca se ha molestado en explicarlas, no son de recibo para el ciudadano. Las más probables son las siguientes:
a) Incapacidad para afrontar los retos políticos planteados durante la campaña electoral, como derrotar a ETA o relanzar la economía;
ausencia de autoridad moral para cortar la corrupción del sistema por la financiación ilegal de su partido y la responsabilidad que le compete en los casos de Bárcenas y Gürtel, entre otros;
b) Carencia del sentido democrático del Estado al priorizar su blindaje y el de su partido con la politización de la magistratura y la Fiscalía, en contra de lo prometido en su programa electoral, como ha sido el consenso alcanzado con el PSOE para la renovación del CGPJ;
c) Amenaza de ser desvelada a la opinión pública antecedentes personales en actividades poco confesables en un pasado bastante cercano;
d) Subordinación a los intereses políticos de otros países por su falta de prestigio exterior y ausencia de una política exterior definida y coherente, como se ha puesto de manifiesto en el asalto fronterizo de los subsaharianos sobre Ceuta y Melilla, con el beneplácito del sultán de Marruecos;
e) Priorizar la defensa penal de algún miembro de la Casa Real aunque se lesione el interés general, como se ha puesto de manifiesto con la Infanta Cristina y su apropiación desaforada de fondos públicos;
f) Indolencia para revestir el cargo para el que fue elegido por los españoles, engañados por sus promesas electorales, como se ha puesto de manifiesto en la continuidad a las políticas de ZP en numerosos ámbitos.
g) La suma de todas o algunas de las anteriores.
Estos últimos días queda además de manifiesto la pelea interna en el PP, por perpetuar el dedo de Rajoy como la suprema manifestación de democracia interna, en materia de nombramientos, o el deseo de otros dedos en prevalecer. Todo menos permitir que sean las bases las que elijan sus líderes y este panorama gozando el Presidente de mayoría parlamentaria, ni sus palmeros saben para que le sirve.
El mensaje sobre que Rajoy ha enderezado la economía tampoco funciona, pues en poco más de dos años: ha crecido el paro en más de un millón de personas; la deuda exterior está hipotecando gravemente la vida de nuestros hijos; se ha proporcionado liquidez a la banca corrupta a costa de empobrecer a las familias y cortar el crédito a las pequeñas y medianas empresas; se ha aumentado la presión fiscal de la clase media a costa de conservar los privilegios de las grandes fortunas y de los políticos de las diferentes administraciones. Todo ello para mantener un aparato estatal, autonómico, provincial y local que sirve para colocar a parientes, amigos y palmeros, pero que ni España necesita ni tampoco puede pagar.
Es necesario abrir sin demora un proceso constituyente, para salir de esta situación y poder reeducar a toda esta panda de delincuentes que pueblan desde la política las instituciones. Hay que acabar cuanto antes con los privilegios y la impunidad en el desempeño de la función pública.
N. de la R.
El autor es coronel del Ejército y Licenciado en Ciencias Políticas.
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