Internacional
Pedro Godoy P. (14/8/2015)
La emancipación de los enclaves británicos de Norteamérica constituye un estímulo para nuestra Independencia. También es aguijón para conservar la unidad. El talento de Jorge Washington, Tomás Jefferson, Benjamín Franklin o Alejandro Hamilton es vincularlos en un solo cuerpo político. La fórmula federativa es empleada para asegurar la vertebración. Se evita así el surgimiento de varias microsoberanías raquíticas y, ya en la infancia, el Coloso del Norte asegura pletórica madurez. El dólar yanqui posee como lema en latín: «de varios, uno».
¿Qué ocurrió acá en Suramérica con los cuatro virreinatos? Pareciera que los sucesos peninsulares -invasión de Bonaparte– apresuran un separatismo que malogra el proceso. De allí las ácidas tipificaciones de la emancipación como «parto prematuro» o «aborto histórico» al cual se hizo ya referencia. La voluntad de aglutinamiento de los libertadores resultó inferior al dinamismo de los agentes disolventes representados por las elites lugareñas. Se puede expresar -a titulo de tentativa explicación- la fuerza centrípeta queda anulada por la centrifuga.
La marcha rumbo a la balcanización habría continuado si no asumen el poder hombres de puño de acero como Diego Portales o Juan Manuel de Rosas. He aquí un dato aparentemente confuso. El ministro y el «restaurador de las leyes» en relación con el Protector Andrés Santa Cruz son desmembradores, pero respecto a Chile y Argentina ofician de aglutinantes. Esto es nítido en el caudillo rioplatense quien anhela reunir a Uruguay y Paraguay -fragmentos del Virreinato bonaerense- bajo una misma soberanía.
El montaje de Estados como Uruguay –«un algodón entre dos cristales»– y Ecuador –“cuña entre Colombia y Perú”- encubren presumiblemente la estrategia de Londres para usufructuar de la navegación de grandes arterias fluviales. El fusilamiento de Francisco Morazán, en 1842 -por ejemplo- implicará, de modo súbito, la fundación de las cinco repúblicas de Centroamérica. Una simple solicitud de oligarcas alto peruanos autoriza a Sucre a permitir otra secesión fundándose la República de Bolivia.
Al comenzar la centuria actual el desmenuzamiento continúa. En su primera década una provincia norteña de Colombia se desvincula de Bogotá. Aparece transparente allí el apoyo de la Casa Blanca a una minoría con vocación desmembradora. Ha nacido la República de Panamá. Por cierto, sin chistar, se acepta la existencia de la «nación panameña», de la panameñidad y del «nacionalismo panameño». Una absurda controversia entre México y Guatemala permite se funde Belice con apenas 150 mil habitantes.
El modelo estadounidense aquel del lema «de varios, uno» para nuestra América se se suplanta por otro «de uno, varios». Pasamos a constituir, según anota Juan José Arévalo, veintintantos témpanos flotantes en un mar de frialdad sin común horizonte. Cada Estado encabezado por representantes de las familias acaudaladas cultiva el particularismo y, por cierto, el desdén por el país fronterizo. Surgen banderas y escudos, himnos patrios y monedas distintas, FFAA con sus hipótesis de conflicto.
De EEUU no se aprende algo elemental «la unión hace la fuerza». Lincoln embarca a su país en una guerra para extirpar los afanes separatistas de los Estados meridionales.
Estos sostienen: la Carta de Filadelfia es un pacto voluntario. La Casa Blanca lo juzga obligatorio. Medio millón de bajas es el costo que permite que hoy sea una megapotencia. En nuestra América se registra una excepción: Brasil es modelo de integración. La sabiduría de los Braganza permite que Lusoamérica sea una.
N. de la R.
El profesor Pedro Godoy P. es miembro del Centro de Estudios Chilenos CEDCH.
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