Huevos fritosMi Columna
Eugenio Pordomingo (23/5/2016)
Tengo un amigo que me da mucho juego. Es una buena persona, metódico, amante de su familia, no roba, no mata, no suele hablar mal de las personas, no levanta la voz, ni gesticula en demasía. Eso sí, es un enfervorizado del sistema que nos impone el Imperio, aunque a fuer de lo evidente, se muestra ahora un poco crítico. Hasta ahora, mi amigo, ha votado a lo que llaman izquierdas, en concreto al PSOE, pero lleva un tiempo que –eso dice al menos- ese partido no le pone, o sea que no le motiva. En consecuencia, tiene serias dudas de a quién votar el 26 de junio, si es que lo hace, pues la duda metódica como a Descartes, le invade.

Mi amigo, tuvo algunos titubeos en las anteriores elecciones. No sabía si votar a Podemos o Ciudadanos. Con certeza no sé a quién votó, pero de lo que estoy seguro es que en estas no le va a entregar su papeleta a Unidos Podemos. Le da miedo que ganen. Le han metido por los higadillos que si llega Pablo Iglesias al poder, puede perder los dineros que tiene depositados en fondos buitre, y ¡hasta ahí podíamos llegar! Sus ahorros de toda una vida no se tocan. Y en eso tiene razón. Tras profundos análisis, discusiones y varias horas semanales viendo y escuchando al escatológico Gran Wyoming, sobre todo deleitándose con Sandra Sabatés, parece que se inclina por Ciudadanos, pues lo de votar al PP se le hace cuesta arriba, un camino un tanto híspido.

Un día, mi amigo, me sorprendió. Y ya es difícil, pues yo ya no me sorprendo por casi nada. Me dijo, “¡Hoy te voy a invitar a un desayuno acojonante, que vas a flipar!”. Me dije, toma, nos vamos a París o, incluso a Nueva York, pues él es, eso sí, de los que piensa –aunque cada vez también menos- que lo foráneo es mejor, sobre todo si procede o pertenece al Imperio Anglosajón. Dicho y hecho. Acepté la invitación. A la mañana siguiente –pasé casi toda la noche sin dormir, pensando dónde coños íbamos a desayunar-, nada más levantarme me duche, afeité y me endilgué mis galas corrientes, pues no soy de mucho vestir. Las corbatas me agobian, con las chaquetas me siento encorsetado e incómodo;  así que me atavié lo más decente que pude para tan magno acontecimiento.

Durante el camino -íbamos en coche- no dejé de preguntarle a mi amigo, a dónde nos encaminábamos. La sorpresa se fue disipando. No volaríamos a ningún país, ni viajaríamos en el AVE. El lugar de la invitación estaba próximo a nuestros domicilios. Me reservo la localidad y el establecimiento por si la multinacional toma represalias contra el personal. ¡Un desayuno americano! era la sorpresa.

Mi amigo, todo emocionado, me dijo: “Verás cómo nos ponemos. Vas a ver cómo te gusta”. Aparcamos el automóvil en un lugar que se asemejaba mucho a esos moteles que vemos en películas estadounidenses, que se encuentran en medio de una zona semidesértica. El local tenía cierto lujo, estaba impoluto, aséptico y atendido por hispanos, muy agradables por cierto, aunque sus ademanes y léxico los asemejaba a unos robots.

A la entrada del centro había un cartelón  que anunciaba el gran icono de la mañana de la compañía McDonald´s, con la siguiente leyenda: “Pan McMuffin tostado, con bacon crujiente con huevo y queso. Acompaña tu McMuffin con un delicioso Hashbrown (delicia de patata), café, té o cualquier bebida pequeña”.

Quedé pasmado, pensativo. Nos acercamos a la aséptica barra y mi amigo pidió por los dos: “Dos desayunos americanos, por favor”, dijo, mientras me miraba como diciendo “ahora vas a saber lo que es bueno”.  Al poco rato, sentados en una aséptica silla con los codos apoyados en una aséptica mesa –todo de plástico blanco-, que me recordó a un centro Mormón, nos sirvieron el ¡Desayuno americano! Y además, nos regalaron dos tickets para dos cafés más.

Tengo que decir que lo de Desayuno Americano, me dejó un tanto perplejo, pues el ágape podía se chileno, boliviano, argentino o… Pero, claro, rápidamente me percaté que el desayuno era de USA (Estados Unidos de América). Esos tíos son muy listos, pusieron ese nombre a su nación con la idea de que sólo ellos son América. Así van rebanando poco a poco toda la zona. Cuando se traguen definitivamente a Puerto Rico, irán a por México. Después ya veremos.

Pero vamos al desayuno de marras, que es lo importante. En lo otro, poco podemos hacer. Para ver el panecillo y el huevo que me pusieron casi había que hacerlo con una lupa. El gameto, huevo o cigoto, debía ser de gorrión. No acierto a describir el bacón crujiente, aunque todavía me quedan restos entre los dientes. Lo del café mejor ni mencionarlo, creo que con un granito de esa semilla tenían para todos los cafeses que sirvieran esa mañana. Aquello ni sabía a leche ni a café.

Por no hacerle un feo a mi amigo, y porque tengo buen apetito, me lo comí casi todo Y digo casi, pues la verdad es que mientras mordisqueaba esas “delicias”  de viandas, trataba de averiguar de qué bicho sería el diminuto huevo o cojoncillo, si el poco trigo que tenía el pan procedía de transgénicos y si el bacón lo era de algún puerco vietnamita, alimentado, no de bellota extremeña o salmantina, sino de plantas fumigadas con el prohibido DDT, mezclado con el napalm que aún queda en ese país.

Eugenio Pordomingo
Eugenio Pordomingo

Dejé de pensar. Nos fuimos al poco. Por cierto, el segundo café, el de regalo, lo deje, mi esófago no daba para más.

El regreso fue un poco raro y triste. Los dos, mi amigo y yo, permanecimos ensimismados, como mudos. No hablamos casi nada  en el camino de regreso, unos quine minutos. Yo tenía ganas de comer algo más, y no atinaba a explicarle a mi amigo, que vaya mierda de desayuno que nos habíamos tomado, no fuese que le diera un pasmo. Pero me di cuenta que él estaba apesadumbrado y molesto.

No podía apartar de mi mente, a pesar de los esfuerzos que hacía, la imagen de un plato con dos hermosos huevos (de gallina española) fritos, unas lonchas de jamón, acompañado de unas patatas gallegas fritas. Todo ello adornado con unos pimientitos fritos. Y pan de chapata, no de plástico. ¡Dios, qué placer! Las lágrimas se me saltaban.

No he vuelto a hablar con mi amigo de ese incidente político-gastronómico. Ni él ni yo lo hemos sacado a colación. Es como si ese día no hubiera existido.