Sin Acritud…
José Manuel González Torga (28/1/2013)

Armando Palacio Valdés
Armando Palacio Valdés


Tenía pendiente de leer la novela de Armando Palacio Valdés titulada «El Cuarto Poder» (Librería de Victoriano Suárez. Madrid, 1922) que, tiempo atrás, había incorporado a la biblioteca particular con un interés muy determinado dada su referencia a la representación mediática de la época.

El autor asturiano -de Entralgo, en el concejo de Laviana- escribió unas cuantas novelas de éxito, traducidas a varias lenguas extranjeras. Acomodado  por familia, desde la cuna, sus libros le proporcionaron buenos ingresos, especialmente por las ediciones da más allá de nuestras fronteras. «El Cuarto Poder», cuya primera edición vio la luz en Madrid, en 1888, alcanzó versiones en inglés, en francés y en holandés; obtuvo difusión, respectivamente, desde Nueva York y Londres, con la traducción de Rachel Challice; desde Amsterdam, por la del ingeniero M. Hora Adema; y desde Paris, en la debida a B. d’Etroyat, entiendo que, como folletón, en las entregas de Le Temps.

El Barón de Mora  y Jaime Salas Merlé adaptaron, mucho después (1932), el libro para el teatro, y la compañía de Camila Quiroga la estrenó con favorable acogida, en el Teatro Infanta Beatriz, de Madrid, si bien el autor originario no debió de quedar satisfecho ya que, tirando por elevación, vertió la siguiente  apreciación humorística, en su autocrítica aparecida en Abc: «Las novelas no deben ir al teatro por la noche, porque se acatarran».

Tal vez ese traslado al escenario estaba de moda por aquellos años. En 1928, en el madrileño Teatro de la Comedia, se había representado la farsa en tres actos «El Clamor», de Pedro Muñoz Seca y «Azorín», los cuales ponían en solfa el Periodismo sensacionalista y venal. Los directivos de la Asociación de la Prensa de Madrid, exageradamente ofendidos, expulsaron a «Azorín» de la entidad.

Bernardino M. Hernando en «La Corona de Laurel. Periodistas en la Real Academia Española», relata toda la peripecia con detalles. Por lo que viene al caso resulta  curioso apuntar que el secretario primero de la Asociación de la Prensa era por entonces Eduardo Palacio-Valdés, sobrino del académico de la Lengua, Armando Palacio Valdés, «novelista y periodista de juventud», uno de los miembros de la docta casa que habían presentado la candidatura de José Martínez Ruiz «Azorín», para el sillón que ocupó. En 1965, con ocasión del Día del Periodista, la misma entidad de los profesionales madrileños de la Información, homenajeó a «Azorín» en su domicilio, entregándole el premio que lleva  el nombre de otra ilustre figura de la Prensa: Alfonso Rodríguez Santamaría. Era una muy tardía compensación.

En cuanto  a los antecedentes periodísticos de Armando Palacio Valdés figura la creación de la publicación político-satírica Rabagás, de vida breve (5 números), fundada en Madrid con sus amigos y paisanos Tomás (Fernández) Tuero  (promotor de la iniciativa), Leopoldo Alas «Clarín», y Pío (García) Rubín.

Luego aparecen sus colaboraciones en la Revista Europea, que llegó a dirigir; en esas páginas salen inicialmente sus series sobre oradores y escritores, en clave que él reconoció, retrospectivamente, como planteadas con un enfoque juvenil «poco respetuoso», y que había reunido  en su libro «Semblanzas Literarias».

Francisco Trinidad, estudioso de la figura de Armando Palacio Valdés, da cuenta de «un breve paso como comentarista de internacional por El Cronista», periódico de Eduardo Medina, copropietario también de la Revista Europea. En 1916, en el transcurso de la  I Guerra Mundial, envía desde Paris para el diario El Imparcial catorce artículos, redactados desde su óptica de aliadófilo y que, al año siguiente, alcanzarían una nueva lectura en la publicación unitaria de su autoría «La guerra injusta».

Periódicos reales y ficticios
Sobre la novela que nos ocupa tiene publicado un trabajo interesante Etelvino González López, bajo el enunciado «Sarrió, entre la mar y el teatro. Anotaciones a El Cuarto Poder». Sarrió es la localidad donde se centra la trama novelesca y, frente a otras especulaciones, el autor de ese detenido análisis, la identifica, bajo el aval del propio Palacio Valdés en una carta, con «…Gijón, ciudad marítima de Asturias, que describo en mi novela El Cuarto Poder, con el nombre de Sarrió». La verdad es que, a quienes hemos vivido algún tiempo y visitado muchas veces la moderna urbe gijonesa, nos resulta difícil reconocerla con la composición imaginaria  extraída del texto literario, tan reducida, pero habrá que pensar que correspondería, en efecto, a la época: una población dormida y sin vida pública, en 1860, a tenor de la descripción.

les-nouvellesEn la «Historia del Periodismo Asturiano», de Manuel F. Avello, ya encontramos dos publicaciones pioneras en la ciudad portuaria: de 1851, la colección documental Archivo General de Gijón, que dirigió Juan Junquera Huergo, así como, de 1853, El Gijonés, de cadencia mensual. Al año siguiente, La Verdad, periódico político-literario, industrial y mercantil. En 1856 sale, con contenidos de divulgación científica, la Revista Universal, bajo la dirección de Aureliano Valdés Achúcarro. Hasta la llegada de los diarios (El Productor Asturiano, de 1875, y El Comercio, de 1878) hubo una sucesión de revistas, como La Química (1859), El Eco de Gijón (1861), Crónica Gijonesa (1863) y otras posteriores. La continuidad de las cabeceras resultó efímera en muchos casos. Excepcionalmente permanece en nuestros días el cotidiano El Comercio.

En la novela de Palacio Valdés, éste inventa una serie de títulos de periódicos regionales: El Otoño, El Progreso de Lancia (Lancia sería Oviedo; la Lancia histórica fue una ciudad astur, situada en tierras leonesas del rio Esla), El Porvenir de Lancia, y La Abeja. También juega con hipotéticas cabeceras nacionales, como La España, La Política o El Pabellón Nacional. Y menciona, de más allá de los Pirineos, las manchetas reales  del Figaro, Le Gaulois y el Journal de Debats. El desarrollo argumental de «El Cuarto Poder» relata la fabulada creación, en la villa costera del Cantábrico,  del semanario El Faro de Sarrió, así como la posterior del también hebdomadario El Joven Sarriense.

Los novelescos órganos de la Prensa local de Sarrió encarnan las banderías de campanario y, con su dedicación a la maledicencia, al mote y a los improperios, atizan las bajas pasiones en la población. Enconan, en definitiva, los conflictos de la política municipal y, muy en concreto, tensiones personales, conyugales y de una variedad de relaciones, de tal manera que llevan la narración a sus situaciones dramáticas extremas.

La dimensión de la historia contada, resulta, sin embargo, a pequeña escala para lo que cabría esperar de la utilización de un título como «El Cuarto Poder», expresión surgida y aplicada, en su uso más habitual, para las esferas de la alta política.

Vocabulario periodístico y vocabulario literario
Por otro lado, dada mi dedicación – y quizás hasta deformación – profesional, he tropezado con una expresión en el texto de la novela que me hizo detenerme en ella con sorpresa así como con el posterior  deseo de comentarla. Me refiero al pasaje en el que el autor sitúa a uno de sus personajes, Rosendo Belinchón, adinerado comerciante local, con una preparación mercantil que incluye el conocimiento del francés, tragándose tras el desayuno, las «nouvelles à la main» de Le Figaro. Habrían de ser, pues, noticias llamativas del diario francés, cuya cabecera tomó, y mantiene, el nombre del literario barbero de Sevilla por su identificación con la información viva.

Aquel don Rosendo Belinchón, salido de la pluma del lavianés -de cuyo fallecimiento se cumplen 75 años este 29-1-13-  queda tipificado como importador de bacalao y vendedor, al por mayor, de ese producto alimenticio. Será promotor y principal accionista de El Faro de Sarrió. En su condición de tal cambiará la sección «Gacetilla» por la de «Nouvelles à la main», a imitación de Le Figaro; pero con la equivalencia macarrónica de «Novelas a la mano», puesta por el propio don Rosendo. Podría haber quedado en un rasgo más de los que el autor desliza para caricaturizar a intervinientes en la historia de su fantasía. Pero, más adelante, será el mismísimo Palacio Valdés quien insista en tal interpretación, recalcando incluso la afirmación «una gacetilla o novela a la mano».

Algún diccionario ya clásico de francés-español y español-francés, como el «Nuevo Diccionario» de Miguel de Toro y Gómez (Gustavo Gili, editor) en la entrada «nouvelle» da, como primer significado, el de noticia o nueva;  en literatura, novela corta; y para la construcción «nouvelles à la main», aporta el término gacetilla (periódicos). Recuerdo que lo más directo para noticia, en francés, es «notice». Surgen, por todo ello, ambigüedades, que pueden dar lugar a equívocos extramuros de la profesión periodística.

¿Efectúa un simple ejercicio lúdico Palacio Valdés con el uso de la expresión «novelas a la mano» que, en determinado momento, podría quedar cuestionada en el contexto sobre galicismos proscritos desde un «cierto diccionario»?

Hay que dejar sentado que nuestro autor debió de manejarse muy bien en el idioma francés. Como alumno en su Instituto de Enseñanza Media podía ya leer literatura en esa lengua. Más tarde pasó temporadas en Hendaya. Entre 1908 y 1934, don Armando y su segunda esposa, doña María Vela, veraneaban en el chalé del que disponían en Capbreton, en tierra gala de Las Landas. Allí el escritor español mantenía contactos asiduos con hombres de letras de la nación vecina, entre otros Paul Margueritte y Lucien Descaves.

Noticias manuscritas y en mano
Con perdón por la auto-cita, precisaré que hice mi tesis doctoral sobre el Confidencialismo, o sea, la variante del Periodismo en órganos informativos de signo confidencial. Se titula «Fenomenología de los confidenciales como modalidad del Periodismo».  Fue editada en CD-ROM (tesis@publicaciones.ucm.es) por la Universidad Complutense de Madrid y actualmente, Portal Académico por ejemplo, la hace accesible a través de   Internet (http://www.ucm.es/BUCM/tesis/19911996/S/3/S3005001.pdf).

En la evolución histórica del Confidencialismo existen datos más antiguos, pero, sobre todo, desde  el siglo XVII, en Francia, sobre la circulación de «nouvelles à la main» (noticias manuscritas y entregadas en mano) que supusieron, durante mucho tiempo, una suerte de informaciones confidenciales, obtenidas por unos y proporcionadas a otros con ese carácter reservado. Eran demandadas por personas  que buscaban un plus de información y que estaban dotadas de alto poder adquisitivo ya que el precio resultaba caro.

francois-antoine-chevrierLos «nouvellistas à la main» ejercían la correspondiente función con carácter profesional. Alguno ha quedado en los anales memorables de un Periodismo elitista, con el calificativo, a título personal, nada menos que de genial. Se llamó François-Antoine Chevrier.

El fenómeno ha sido estudiado con todo lujo de detalles por Frantz Funck-Brentano. En su libro «Figaro y ses devanciers» (con la colaboración de M. Paul D’Estrée) dedica el capítulo III, de lleno, a «Les Nouvelles à la main» puesto que así  se rotula. Considera términos más o menos equivalentes los de gacetas secretas y hojas de noticias. El propio Funck-Brentano, con el mismo colaborador, publicó otra obra con el título «Les Nouvellistes». Recoge, curiosamente, de la comedia «La Novellomanie» que un «nouvelliste» es un hombre que sabe todos los días las «nouvelles» más frescas.

En una novela como «El Cuarto Poder», con periódicos operando sobre la madeja de los acontecimientos y alusiones a la jerga profesional francesa, cabría esperar una precisión para el caso, que falta por parte del autor quien, además, conocía el francés y su Prensa.

Bien es cierto que se trata de algo muy específico y de detalle. Otro atenuante lo constituye la edad del novelista puesto que sólo contaba treinta y pico años cuando escribió «El Cuarto Poder». Con tales circunstancias, por lo que atañe a las noticias de carácter confidencial -derivadas de las manuscritas y en mano- no hiló muy fino.

Aquellos periodiquitos locales, en esa materia, tampoco podrían dar más de sí.