España
Aristarco (11/5/ccnmv12007)
El vicepresidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), Carlos Arenillas, ha confesado, paladinamente, que se ruboriza. Pero ese rubor no lo atribuye a cenar de «gorra», con alguien de quien no debía aceptar invitaciones de ningún tipo, sino por el montante de la dolorosa, a cargo de su anfitrión. Se ruboriza como una colegiala ingenua de otros tiempos, porque una colegiala de hoy no se pondría colorada. Simplemente podría exclamar en tono escatológico: «¡Una cena, tío, que te cagas!».

Arenillas parece lego en el mercado de valores. Cuando es invitado a cenar al restaurante madrileño «Zalacaín», desconoce que el establecimiento luce más de un tenedor en su selecta carta. ¿Es posible que nunca lo hubiera pisado? Tampoco le desvela nada especial, según parece, la selección de platos, porque haría un dengue para soslayar la lectura de los precios.

El diálogo con el sommelier le mantendría en la ignorancia, pese a la selección, entre los caldos de la bodega, de un borgoña tinto que evoca la Côte d’Or  por la etiqueta que incluye la firma Romanée-Conti. Esa botella, sin embargo, asciende a la cotización de los 654 €. Muy por debajo queda la alternancia con otro vino que no llegaba a los 142 €, así como el whisky escocés de 333 €.

Claro que a Carlos Arenillas ni los manjares ni los selectísimos caldos debieron excitarle las papilas gustativas. Ni, por tanto, permitirle una estimación de costos, porque sólo se ruborizó al enterarse, por la Prensa, de cuanto había tragado y trasegado -con reflejo en la cuenta- desconocimiento impensable para un controlador del mercado de valores.

¡Cómo están de descontrolados los precios!, recapacitaría Arenillas a posteriori.

Antes no le resultaría fácil la estimación de calidades y costos, porque parece andar mal de la vista, el oído, el olfato y el gusto. Menos mal que se entera cuando lee la Prensa. Así supo que aquella cena antológica había ascendido a 1.400 €.

El anfitrión de Arenillas es el indio Ravinder Mehra, presidente de un fondo de inversión. Desde luego, alguien que no pertenece a la India famélica sino a la de las riquezas fabulosas. Recuerda a las del Maharajá de Kapurtala que fascinó a la malagueña Anita Delgado, protagonista del sueño y el drama de aquella pasión india.

Ahora, Ravinder Mehra, como un encantador de carlos-arenillasserpientes, ha tentado con la versión glotona de la pasión india, a Carlos Arenillas. Sin París, sin los palacios en el Punjab, las joyas, los elefantes y las cacerías ha salido mucho más barata que la matrimonial de Anita Delgado. Al fin y al cabo, una cena en «Zalacaín» y una visita de alterne a «Caliente» (versión española) suponen una noche escandalosa, pero en términos absolutos, no pasan de ser una fruslería económica. En el fondo, la actualización del viejo gesto caritativo bajo el eslogan del «siente un pobre a su mesa».

Nos olvidábamos del sentido del tacto en Arenillas. Algo debe conservar, a juzgar por la correría, tras la cena.

Carlos Arenillas, consorte de la ministra de Educación, Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo, le da escasas posibilidades a ella para ponerlo como modelo. Si no hace carrera del marido ¿podemos creer que logrará otra cosa en las aulas?

Cabe presuponer que el vicepresidente de la CNMV sabrá, al menos, que ese organismo tuvo un presidente llamado Juan Fernández-Armesto (1996-2000). Si Arenillas hubiera leído al padre de ese presidente, Felipe Fernández Armesto, maestro de cronistas de Prensa, podría recordar que, en «Mi vuelta al mundo», proporcionaba antecedentes ilustrativos de su paso por la India. Tal vez habrían sido aleccionadores para frenar la gula y la desinhibición temeraria de un controlador descontrolado como Arenillas.

Con su seudónimo periodístico –Augusto Assía– aquel gallego trotamundos, Fernández Armesto padre, escribió sobre las castas indias. Y prevenía, por si acaso: «No sé si la de los thugs puede ser considerada como una casta. Es, desde luego, una tribu. Y es una profesión. La de rufián, salteador, galafate, ladrón, burlador y ratero. Como todas las demás, el crimen es una vocación hereditaria, consagrada por la tradición y casi respetable, en la India». Y añade para que  cualquiera esté en guardia antes de lanzarse a tumba abierta a una pasión india: «Además de la tradición, protegen a los thugs los grandes príncipes y el patronazgo de una diosa llamada Bawani, abiertamente y sin avergonzarse. Ser ladrón es un oficio en la India, como es otro oficio el ser mendigo».

En el fondo, la indefeanita-delgadonsión de estos chicos de la beautiful people procede de sus carencias culturales. Están más expuestos a la corrupción cuanto más iletrados son. Les faltan lecturas. Tampoco sabrán que Augusto Assía era un personaje de Tolstoi, decidido a corregir las falsedades de Marco Polo en su Libro de las Maravillas. Así, por no documentarse con Assía, confían en el primer indio, encantador de serpientes, que les lleva al huerto.

El asunto es grave y, por lo mismo, serio. Más que de rubor, es de dimisión o de cese fulminante. Pero como Solbes y Zapatero hacen el Don Tancredo, queda la salida del animus iocandi. Así, sin acritud.


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