Mi Columna
Eugenio Pordomingo (14/4/2008)
Por casualidad me llegó hace ya algún tiempo una información que entonces no valoré en su justa y preocupante medida. Un pueblo de la sierra noroeste de Madrid se había hermanado, con no se qué pretexto, con otro de Francia. Los dos pueblos, el español y el francés, son de características similares en lo que se refiere a población. El francés, es un municipio de la campiña y la mayor parte de sus moradores viven de la agricultura y los servicios que ésta demanda o genera. Es, por supuesto, una localidad de alto nivel de renta.
El español, está dotado de un importante polígono industrial, aunque la industria que otrora tenía ha ido mermando con eso de la entrada en Europa y las subcontratas en Asia; es, también, una importante ciudad dormitorio con bastante comercio. En el municipio español hay, aproximadamente, un 20 por ciento de población inmigrante legalizada; en el francés es tan escasa que desconocemos el dato.
Pues bien, con motivo de ese hermanamiento, las dos ciudades o municipios, acordaron un buen día realizar una visita de intercambio entre concejales. Primero fueron los concejales españoles los que fueron a visitar a los de la campiña francesa; poco después éstos viajaron a Madrid, bueno al pueblo serrano.
Los hospitalarios concejales franceses alojaron a sus homólogos en su propia casa, de acuerdo con el área que tenían asignada. El de Urbanismo a pernoctar a la casa del de Urbanismo francés, y así hasta totalizar el número de ediles que viajaron. Los franceses les enseñaron las dependencias municipales, casi todas ellas eran las mismas desde hacia muchos años, aunque bien dotadas. La atención al ciudadano es, en general, excelente. Por descontado, el trato que recibieron los españoles fue bueno, aunque parco en ágapes y otros excesos…
A los pocos meses, los franceses se dejaron caer por el municipio serrano de Madrid. Pero, hete aquí que en lugar de alojarse en la casa correspondiente a su equivalente, lo hicieron en un hotel de cuatro estrellas con sede en el municipio. Opíparos desayunos, almuerzos suculentos y cenas nada frugales alegraron los escasos días que los concejales franceses permanecieron en España. Incluso, los más avezados en la cuchipanda, salieron a disfrutar de la noche serrana, plagada de clubes extraordinariamente dotados de simpáticas, profesionales y exuberantes colipoterras.
Los franceses y francesas quedaron gratamente encantados de la visita, especialmente los que tuvieron la oportunidad de degustar de los placeres mundanos que les ofreció la noche.
Hace no mucho, ahondé en las peculiaridades de este intercambio entre concejales. Por supuesto, lo hice de dos formas: primero, hablando con uno o una -que más da- de los concejales españoles que viajó; y segundo, de forma directa con algunas instituciones francesas. El fruto de esas investigaciones es el siguiente:
En primer lugar, la mayoría de los concejales franceses no estaban «liberados», sólo un porcentaje pequeño; segundo, el salario de los liberados era menor que el de los españoles. Se me olvidaba, en el municipio español todos los concejales del equipo de gobierno están liberados y perciben en torno a los 3.500 euros mensuales.
Otro aspecto importante, mientras los franceses alojaban a sus homólogos españoles en sus casas, los hispanos, con cargo a las arcas municipales, los albergaron en hotel lujoso.
La persona que me lo contó, pudo apreciar que cada concejal disponía de dos teléfonos móviles. ¡Que lujo! Uno, particular; el otro del ayuntamiento. En el primero, las facturas iban a su cargo, mientras que en el segundo sólo podían hacer llamadas oficiales a número predeterminados.
Otro aspecto importante que pude apreciar tras mis indagaciones, es que el número de personal de «libre designación» en el ayuntamiento francés era y es mínimo (creo recordar que un o una becaria destinada a prensa), mientras que en el español, había y hay un asesor de presupuestos, otro de urbanismo, un tercero se ocupa de las funciones propias de un abogado y un cuarto de los medios de comunicación. Además, en el municipio español, una parte importante de los empleados que trabajan en el ayuntamiento habían sido contratados por el partido político en el poder.
La disparidad entre los dos municipios es evidente. Los concejales -los políticos en general- son los únicos trabajadores por cuenta ajena de España que tienen la potestad para fijar su sueldo. Y cada dos por tres se hace una reunión para ello.
En el ayuntamiento francés no existe la posibilidad legal de que el Pleno de la Corporación pueda asignar dotaciones económicas para el funcionamiento de los grupos políticos municipales a través de los presupuestos. En España, sí…
Pero, hubo un aspecto que me dejó estupefacto. En el ayuntamiento francés se dio un caso o dos de, presunto fraude; motivo por el cual el edil que había incurrido, se encontraba inmerso en un proceso judicial, aparte de tener que devolver los dineros conseguidos mediante malas artes. Pero es más, avergonzado por el caso, abandonó la localidad que le vio nacer… En España, es habitual or «y el que no lo hace es que es jilipollas».
En el municipio español, los trapicheos eran varios, los comentarios acerca de fundadas sospechas abundaban y existían casos en poder de la fiscalía. Aún así, los sujetos de tales desaguisados continuaban en el cargo.
Las diferencias entre los dos municipios son a todas luces muchas. Servir o servirse, he aquí el problema o la cuestión, que diría aquel…
Cuando pienso que en España hay 8.111 pueblos, con sus correspondientes 8.111 alcaldes y algo más de 56.000 concejales, se me hiela la sangre en las venas.
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