holocausto1Internacional
Alberto Buela (18/2/2009)
En filosofía el abordaje de un tema o asunto tiene que realizarse desde una primera aproximación filológica, esta es la enseñanza que nos han dejado filósofos contemporáneos como Zubiri, Heidegger o Wagner de Reyna. Pues esta primera y elemental razón hace que podamos barruntar a priori  el sentido último del tema. Es ésta, una de las paradojas de la actividad filosófica que así como la natación donde se aprende a nadar nadando, de la misma manera se aprende a filosofar filosofando. Y la zambullida filosófica nos la facilita el sentido último o primero, según se interprete, de los términos del tema a estudiar que, en general, nos revelan el aspecto prístino del asunto.

En este caso podemos afirmar que la palabra holocausto proviene del griego oloV = holós, que significa todo o completamente y del término kausiV=kausis, que significa acción de quemar, de modo tal que el sentido etimológico primario de holocausto es la acción por la cual se quema todo aquello que se somete. Así para los griegos un holocausto era un gran incendio que arrasaba con todo un bosque. Los antiguos israelitas cambiaron el sentido y lo limitaron a «un sacrificio en que se quemaba toda la víctima».

La caracterización de holocausto como sacrificio está vinculada a la historia bíblica de Abraham e Isaac cuando en el libro del Génesis se cuenta: «Y Dios puso a Abraham a prueba y le dijo: toma a tu hijo, tu hijo único, al que amas, Isaac; ve con él al país de Morija, y allí ofrécelo en holocausto sobre una de las piedras que te diré» ([1]).

Y la historia sigue que Abraham se levantó temprano ensilló su burro y llevó a Isaac mientras «cortaba leña para el holocausto», al tercer día de marcha dejó su burro y a sus dos ayudantes y marchó al lugar del sacrificio «tomó también la leña para el holocausto y la cargó sobre su hijo Isaac« ([2]), cuando iba a degollar a éste un ángel de Dios lo detuvo y de repente vio un carnero enredado en un zarzal y «lo ofreció en holocausto en vez de su hijo» ([3]).

Vemos como el término holocausto se repite en un breve relato al menos cuatro o cinco veces  lo cual hace indudable su sentido de sacrificio con acción del fuego.

Esto explica el por qué de que las organizaciones judías (B´nai Brit, Consejo judío mundial, Gran Sanedrín, Rabinato de Israel, etc.) exijan la exclusividad del término holocausto para designar solo el genocidio nazi contra los judíos y critican la aplicación de la misma palabra para otros grupos de víctimas como los gitanos, los católicos, los prisioneros de guerra, los opositores políticos, o por extensión los genocidios de Armenia, Ruanda, Biafra, Camboya o Darfur.

Es que en un primer sentido teológico, el holocausto se entiende como la culminación de una larga historia de persecución y antisemitismo que sufrieron los judíos desde el martirio y muerte de Jesús, el Mesías por ellos no reconocido. El holocausto vendría así a acallar el horrible retumbo de dos mil años del: «crucifícale, crucifícale» ([4]), el grito de los sacerdotes judíos con que pidieron a Pilatos la muerte de Cristo. Y este odio a Cristo se proyectó luego al cristianismo que es, en la interpretación judía clásica, la principal fuerza motora, el principal responsajesus-es-juzgadoble del antisemitismo que condujo al holocausto. Es por ello que nunca serán, a sus ojos, suficientes los perdones a granel solicitados por los sucesivos papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, siempre exigirán más, nunca estarán conformes, jamás satisfechos.

Debemos en estos días, a propósito de las inoportunas declaraciones de monseñor Williamson, al excelente y objetivo historiador valenciano Vicente Blanquer el develamiento del segundo sentido teológico del concepto de holocausto ([5]). «Las críticas contra monseñor Williamson olvidan que son los judíos los que irrumpen en el plano teológico al hablar de Holocausto (con mayúscula) y no lo hacen en forma inocente sino mesiánica, para dar a la segunda Guerra Mundial, el papel de momento concluyente de las profecías del canto del Siervo Sufriente de Yaveh -Is. 53- y sostener que los judíos y no Jesucristo son el Cordero de Dios del que habla Isaías«.

Y es el capítulo 53 de Isaías uno de los más viscerales dentro de la polémica teológica entre judíos y cristianos (en la medida en que aún hoy quede algún teólogo católico strictu sensu), cosa que desconocemos. Allí en el canto IV se afirma: «Despreciado, rehecho de los hombres, varón de los dolores, maltratado y humillado como cordera que va al matadero por lo que no le hicimos ningún caso. Pero él mismo tomó sobre sí nuestras dolencias aunque nosotros lo reputamos como un leproso».  Los teólogos cristianos ven en este capítulo una referencia directa a Jesús el Cristo, esto es, el Mesías esperado por el pueblo de Israel desde el fondo de la historia, y una premonición de su sacrificio y crucifixión, mientras que los teólogos judíos sostienen que estos sufrimientos pueden ser entendidos perfectamente como una referencia al Holocausto.

Así el rabino Isajar Moshé Teijtel en su libro «Alegre madre de hijos», sostuvo que fue la reticencia de los judíos en aceptar al sionismo la que condujo a Auschwitz. Dios estaba dándole a Israel la gran oportunidad de recuperar su tierra ancestral para construir allí el hogar de los judíos perseguidos pero estos continuaron con su pecaminosa pasividad y les sobrevino por ello el castigo.

Vemos así claramente como la teología judía del holocausto termina por justificar la existencia del sionismo y consecuentemente del Estado de Israel.

No obstante esto, existe, aunque minoritariamente, una corriente teológica judía contraria a esta teología del holocausto como la del rabino Ioel Teitelboim (1888-1979), jefe de la secta jasídica de Satmer, quien afirma en su libro «Vaioel Moshe», que el gran pecado de los judíos habría sido «la idolatría» del sionismo. Su fundamento es que el pueblo judío debería mantenerse privado de todo poder físico y entregarse a la guía de Dios, aun cuando esto le signifique persecuciones y matanzas. No deberíamos resistir la judeofobia puesto que el exilio es un castigo divino al pueblo de Israel, que podrá resolverse sólo cuando llegue el Mesías y lo disponga. Así lo explica uno de sus voceros más bulliciosos: «La verdadera actitud judía es la de la sumisión al decreto divino que concierne a nuestro exilio entre las naciones del mundo. Nos ha enviado al exilio a causa de nuestras injusticias unos contra otros y de nuestra infidelidad hacia El. La injusticia de las naciones en contra de nosogenesistros, es nuestro castigo». Esta misma actitud se aprecia en el reciente y valiente libro de Fabian Spollansky, «La mafia judía en la Argentina» (2008), donde su autor les reclama a sionistas confesos como Eduardo Elsztain, el mayor terrateniente de Argentina, a su socio Marcelo Mindlin y al rabino Tzvi Grümblatt a quienes cuestiona diciendo: ¿Rebe, es de judíos hacerse millonarios en tan poco tiempo y hacerse dueños de la Argentina? Y ¿Rebe, es de judíos poner plata en todas las patas de las campañas políticas para estar bien con todos? Desde nuestra ética varias veces milenaria no vamos a silenciar este abuso que nos hiere y nos humilla» ([6]).

Esta intención de querer igualar con el sacrificio de Jesucristo los sufrimientos del pueblo de Israel a manos de los nazis y entenderla como un Holocausto y no como un genocidio es específicamente anticristiana. Con razón afirma el citado Blanquer: «Y con la teología del Holocausto el pueblo judío se está forjando un nuevo becerro de oro. Se ha cansado de esperar y se ha escogido a sí mismo como ídolo. Lo cual pone de manifiesto que, lejos de ser custodios de la promesa, la han perdido, no porque alguien se las haya arrebatado, sino porque el pueblo judío ha renunciado consciente y voluntariamente a ella. Cayendo en el mismo pecado que el demonio en su pretensión de hacerse adorar. Y ese es el fondo de la cuestión».

Es por ello que los grandes teólogos católicos en la época que los hubo, Juan Maldonado; Sören Kierkegaard, Luís Billot, en nuestro país Julio Meinvielle, no han dejado de remarcar siempre que el mesianismo hebreo es un mesianismo carnal. Y que como tal siempre ha exigido de Dios muestras palpables y evidentes. Y la infinita distancia que han puesto entre ellos y su dios Jehová «con temor y temblor se acercó Abraham al Señor», ha hecho que vivan «al otro», al cristiano como amenaza. Sin darse cuenta que: «Ellos son los signos vivientes, quiéranlo o no, que nos recuerdan la Pasión del Salvador», según enseña San Bernardo de Claraval.

Por todo ello y muchas y profundas razones más, este es solo un artículo breve de divulgación, es que debe hablarse de genocidio nazi sobre los judíos y no de holocausto. Incluso parece ser que ha ganado popularidad la palabra hebrea Shoáh que significa catástrofe y el Estado de Israel ha declarado el 12 de abril como su día, a pesar que su presidente Simón Péres en su última visita a Turquía sostuvo sin avergonzarse que el único genocidio es el del pueblo judío, dejando para los otros incluso mayores en número, como el caso de los ucranianos, el carácter de asesinatos masivos.

Además, y esto no es de menor valor teológico, la matanza de judíos por los nazis debe entenderse como genocidio y no como Holocausto, para dejarles a ellos abierta la capacidad de conversión, pues la idea de Holocausto clausura esta posibilidad.

Ese esfuerzo extraordinario y maravilloso de los judíos conversos. Que en general son hombres muy bien dotados. De hecho la conversión es un don, pues el converso la pide al Señor. Si nos detenemos mínimamente en los conversos que han hecho filosofía en el siglo XX (Husserl, Edith Stein, Simone Weil, Bergson, cito al pasar) vemos que son hombres de una enjundia fuera de lo común y que ha sido su profunda y raigal metanoia  aquella que les brindó, en definitiva, la posibilidad a su mejor realización filosófica. Es la conversión aquella que les permitió agotar su plenitud de ser, pues ellos rompieron la distancia infinita que los separaba del dios de «temor y temblor de Abraham« que es lo Absolutamente Otro, para entenderlo como «formando parte», participando del Dios misericordioso, el Dios vivo de la gracia, que comprende acabadamente la naturaleza humana. Admiramos y respetamos sobremanera esa capacidad de conversión, de metanoia, que han tenido estos grandes hombres en el orden filosófico. Metanoia que los llevó luego a sus más grandes realizaciones. Así como deploramos esa actitud vergonzante de sedicentes teólogos católicos que, abandonado el hablar de verdad con ellos abandonan «el bien de los judíos», por el bienestar y la plaisenterie junto a ellos.

Así recogen y llevan todas sus tesis (la de los judíos) en un amasijo de teología cristiana inaudito e incomprensible. En este sentido la última actitud de la jerarquíalberto-buelaa de la Iglesia con relación a este tema es de una liviandad (termino muy suave) teológica que impresiona,  para mal, tanto a judíos como a cristianos.

Es lamentable que no haya un solo teólogo de nota o significativo que no levante estas dos importantísimas distinciones teológicas, que acabamos de hacer en este artículo, y que por el contrario la inmensa mayoría se sume, se someta y adopte las tesis judías sobre el sentido del holocausto como tesis católicas y lo peor es que las hayan salido a defender como verdades de fe. Un despropósito teológico absoluto.

 [1] Génesis, 22, 2
[2] Génesis, 22, 6
[3] Génesis, 22, 13
[4] Evangelio de San Juan, 19, 6
[5] Blanquer, Vicente: A propósito de las polémicas declaraciones de monseñor Willamson, Bitácora Digital, agencia de Internet febrero 2009
[6] Sepollansky, Fabián: La mafia judía en la Argentina, Buenos Aires, Ed. anibalgoransky.com, 2008