Diego Camacho

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España
Diego Camacho (19/2/2015)
La situación política por la que atraviesa España coloca a los ciudadanos ante una disyuntiva electoral desconocida, y mucho más complicada que la que se vivió al final de la dictadura. Entonces se abría un horizonte de concordia hacia un tiempo nuevo, la esperanza era el motor social en el arduo camino hacia la libertad. Más fuerte que los poderes fácticos y más sólido que el efecto psicológico que buscaban los asesinatos de ETA. Ahora, la esperanza se ha convertido en desánimo, la concordia en desconfianza y la fuerza en debilidad.

Una clase dirigente, mafiosa y desprovista del mínimo espíritu de servicio a la comunidad, ha convertido a nuestro maravilloso país en un lugar inhóspito en donde la pobreza crece al mismo ritmo que la riqueza de los privilegiados y donde el Poder se constituye por derecho propio en el paradigma de la corrupción y el envilecimiento social.

No vale ya decir, como antaño, que no todos los políticos son iguales. Sí lo son con una diferencia, a unos les han cogido y a otros no. Todos con su colaboración han permitido este cúmulo de abusos, estafas y robos; o con su silencio los siguen facilitando.

Este año los ciudadanos tenemos la oportunidad de recuperar la libertad, que poco a poco vamos perdiendo por la acción coordinada de esas mafias, cuyo único consenso es el de perdurar en el Poder. Para ello se valen del miedo. De inculcar machaconamente que “más vale malo conocido que bueno por conocer”, como si el resultado de sus delitos fuera algo natural al cargo que se ostenta y que por tenerlo el agraciado se  sitúa  por encima de la ley. En su lugar prefiero el “más vale bueno por conocer que malo conocido”. Pues así puedo colaborar mejor al fin de la corrupción y a facilitar el  control social sobre el Poder, que al final es de lo que se trata.

La inoperancia de las instituciones encargadas de controlar el poder ejecutivo del Estado, debido a su falta de independencia, ha sido el paso previo ejercido por la corrupción para apropiarse después de los fondos públicos, es la causa esencial del déficit democrático existente en España. Que las  instituciones intermedias recuperen su  autonomía, es un requisito indispensable para  vivir en democracia. La Constitución defiende el control sobre el Poder, por eso en este caso, más que la necesidad de cambiar la letra lo necesario es cumplir la ley. La corrupción política radica precisamente en colocarse de facto por encima de la ley, gracias a desposeer a los poderes intermedios de su capacidad,  convirtiéndolos así en vicarios del gobierno.

PP y PSOE han rivalizado en sus años de gobierno en ir vaciando sucesivamente los mecanismos de control institucional. Se han orientado hacia un totalitarismo bipartidista en lugar de hacia la democracia, como los ciudadanos esperaban. Por eso el modelo español de bipartidismo no ha funcionado, no porque el bipartidismo sea malo en si mismo sino porque los encargados de ponerlo en práctica no han estado a la altura de su responsabilidad política. Si a ello añadimos el aforamiento de los cargos públicos, la puerta que abrieron a la impunidad y a la irresponsabilidad política era más que evidente.

Esta situación inducida por los partidos ha colocado a nuestra nación en una debilidad exterior muy acusada y en la búsqueda de la identidad perdida. El Poder capitalizado por unos partidos y unos sindicatos que han incumplido su función constitucional, por ejercer de agencias de colocación y así poder conservar unas clientelas que les permitan conservar el chiringuito, han puesto a los ciudadanos en una extrema debilidad social y política. Utilizando la herramienta del miedo para perpetuarse como el mal menor, como si este fuera un imperativo categórico consustancial en el ejercicio del poder.

Somos débiles pero no seamos cobardes; la política puede también arreglar situaciones complicadas, seamos capaces de elegir para dirigir la nación a personas que crean en ella y estén dispuestas a trabajar por la comunidad, no por su grupito. Tengamos solo miedo a tener miedo.

N. de la R.
El autor es Coronel del Ejército, escritor y Licenciado en Ciencias Políticas.