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Pedro Godoy (15/1/2016)
El Japón es un paradigma para el Tercer Mundo en orden a superar el rezago y evitar así el vasallaje. Escoge el modelo capitalista de desarrollo en un contexto que protegía no sólo la estructura productiva, sino también la identidad. La revolución mitsú –obvio, jamás estudiada en aulas porque estas, en Iberoamérica, son eurocéntricas-, es un proceso de modernización impuesto de arriba a abajo. Se sepulta la feudalidad representada por el shogunato y se impone una disciplina social con dos pivotes: FFAA y empresariado. Sobre la pirámide el mikado opera como árbitro entre los actores y símbolo de unidad del Imperio del Sol Naciente. La China de entonces –perpleja ante la irrupción de Occidente- opta por acentuar su hermetismo. Fracasa y es víctima de sucesivas agresiones.

Igual que, en su momento, la rústica Rusia de Pedro el Grande, el Japón ya con la visita del comodoro Perry se percata que el autoenclaustramiento es imposible ante el poderío de Occidente manifestado en la máquina a vapor y piezas de artillería. Tokio reacciona igual que el zar y se empeña en sustituir la artesanía y la manufactura por la industria. Despachan jóvenes a aprender –si, aprender y no a imitar modas- la estrategia que Europa y EEUU han usado para “dar el gran salto adelante”. Regresan y son dotados de plena autoridad y de mano de obra barata. El archipiélago se ha dado a sí mismo, como diría Ortega y Gasset, “un proyecto de vida, un dogma nacional”. A poco andar, en 1905, en guerra relámpago pone de rodillas al Imperio Zarista. Así comienza la rebelión del Tercer Mundo. Los pueblos de color –al decir de Spengler– comenzaban a sacudir el yugo.

Hoy China, con mixtura el socialismo y el capitalismo para alcanzar el desarrollo. “No importa –dicen sus líderes- que el gato sea negro o blanco. Lo importante es que cace ratones”. Crece a casi el 10% anual y de modo sostenido. Controla la natalidad, impone disciplina y nutre a la población de mística. La industria se perfecciona. Se aceptan inversiones extranjeras porque ya no hay peligro de sumisión. La Guerra del Opio es un aleccionador recuerdo y no es necesaria la Gran Muralla, pues maneja la energía nuclear y sus FFAA son premunidos de artefactos de esa índole. Vietnam –donde EEUU cosecha contundente derrota- se sacude de ideologismos y galopa por el mismo sendero que, precursoramente trazara Japón a partir de la revolución mitsú.

Los suramericanos debemos aprender de ese Oriente que, cartográficamente, es Occidente.

N. de la R:
El profesor Pedro Godoy P. es miembro del Centro de Estudios Chilenos CEDECh.


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