Haiti

Sin Acritud…
Aniceto Setién (20/6/2023)
Permítame el lector o lectora que arranque estas líneas relatando un acontecido de mi casa.

Casi con seguridad, todo el mundo se encuentra con frecuencia a estudiantes, a veces con chalecos de llamativos colores, que nos asaltan en las calles principales de nuestras ciudades, en las bocas de metro o en estaciones de autobuses y que nos pretenden hacer socios de alguna oenegé.

Las veces que esto sucede y coincide que voy acompañado de mi hija, esta pone cara de alarmada y me susurra “papá, por favor, no los mires”. Y si a pesar de hacer caso a los requerimientos de mi retoña, la rapaza –la captadora suele ser chica joven y razonablemente agraciada– hace ademán de aproximársenos, mi vástaga cambia el tono por uno más afectado, cercano a la expresión de pánico, me agarra del brazo, tira de mí y suplica: “¡no, papá, ¡por favor!, ¡déjala en paz!”.

Si a pesar de todas las prevenciones caemos en la casilla del o de la aspirante a captador de socios la conversación transcurre, invariablemente, como sigue:

-Hola, soy de Oenegés Sin Fronteras y estamos….

-No me interesa, gracias.

-¿Y eso por qué?

-Es que estoy en contra de las oenegés.

-Anda, ¿y eso?

-¿Estás seguro de que quieres que te lo cuente? Mira que te recomiendo que no, pero si tienes curiosidad…

Y la tía insensata va y me pide que se lo explique.

En Haití, uno de los países más pobres del mundo, en la actualidad trabaja una veintena de oenegés, solo españolas. Dice la CIA que en esa arrasada mitad de la isla La Española sobreviven (iba a escribir “viven” pero me pareció un exceso) unos once millones y medio de seres.

Aunque se carece de datos oficiales precisos, se calcula que operan en el país unas ¡DIEZ MIL! oenegés. Sí, han leído bien, 10 000 organizaciones de cooperación internacional, que es el nombre que reciben en la actualidad las entidades caritativas. El Banco Mundial afirma que es el país con mayor cantidad de entidades de estas características por habitante; a la vez, Haití compite con Somalia, Eritrea, Sudán del Sur o Afganistán por el dudoso honor de ser el Estado con el más alto porcentaje de población que sobrevive en la miseria más absoluta.

La pregunta que cabe hacerse de manera inmediata es si en Haití hay mucha oenegé porque hay mucha miseria o el fenómeno es justo el contrario. Ya, ya sé que la respuesta apresurada y lógica que se nos vendría a la cabeza es que donde hay más pobres, necesariamente ha de haber más ayuda. ¿Seguro que esto es cierto?

Antes de continuar parece necesario hacer algunas precisiones semánticas. En este campo, como con todos, los poderes juegan con el lenguaje con el objeto de manipular las conciencias.

Hace pocas semanas, Espacios Europeos tuvo la gentileza de publicar algunas reflexiones de este modesto articulista a propósito de las palabras que carecen o van careciendo de significado léxico, pero cuyo uso nos predispone, bien o mal, hacia determinado concepto.

La “caridad”, salvo en círculos muy vinculados a determinadas religiones, está mal vista. Admitámoslo, “caridad” suena rancio, cutre, casposo y mentalmente nos retrotrae a las huchas del Domund, las cabezas de chinitos y las bolas de papel de “plata”. Incluso, a quienes tengan más cultura cinematográfica, se les vendrá a la cabeza lo de “invite a un pobre a cenar a su casa” de la magistral Plácido (García Berlanga, 1961), con guion de esa superlativa cabeza que era la de Rafael Azcona. Todo el mundo sabe que la caridad es un parche que solo sirve para aliviar las conciencias de los poderosos. La caridad es mal.

Sin embargo, la poeta nicaragüense Gioconda Belli nos regaló que “la solidaridad es la ternura de los pueblos”. La solidaridad es bien.

Ahora volvamos a Haití, hagamos memoria y detengámonos en que cuando el país de las mil desgracias es víctima de una atroz epidemia de cólera de la que, por cierto, los haitianos culpaban a los cascos azules, es el gobierno de Cuba quien manda una legión de médicos con objeto de atajar aquella carnicería vírica. Imagino que fácilmente podemos caracterizar la actuación de Cuba como de solidaria pero, claro, Cuba no es una oenegé, ¡es un gobierno! La ilación parece elemental: si los problemas de la población, cuando se solventan es porque lo hace un gobierno extranjero y esto es solidaridad, ¿qué hacen todas esas oenegés cuyo presupuesto alcanza, más o menos, el PIB del país? La respuesta parece sencilla. Sin embargo, el término caridad también es vidrioso y tiene mucho de cultural.

Uno de los Cinco Pilares del Islam es el zakat, término que se suele traducir por “caridad” o “limosna”. El zakat es una práctica obligatoria para cualquier musulmán y forma parte de la vida cotidiana y de la cultura musulmana como hacer el Ramadán o el monoteísmo. Consiste, básicamente, en que cada quien, en la medida de sus posibilidades, aporte económicamente para mejorar la vida –de forma individual o colectiva– de quien esté peor. En otras palabras, ¡pagar impuestos! es obligatorio para los musulmanes.

Aniceto Setién

Ya hemos caracterizado el asunto: la caridad es mal, la solidaridad es bien pero las oenegés, en la práctica, tienen más de caritativo que de solidario, no cuestionan  más que estéticamente el sistema que provoca las injusticias (con frecuencia, ni eso) y, de hecho, forman parte del mismo, con diferentes denominaciones, desde la noche de los tiempos.

–Vale, si yo le entiendo, tiene usted razón pero, claro, ¿qué hacemos? ¿Abandonamos a aquella gente? –pregunta la desnortada captadora mientras mi retoña, con cada vez menos disimulo, me sigue tirando del brazo.

–Pues los dejamos en paz. Exijamos a nuestros gobiernos y nuestras multinacionales que dejen de depredar, dejemos de usar nuestros impuestos para subvencionar prácticas industriales y agrícolas que de suyo no serían rentables (véase la PAC, por ejemplo) y contribuyamos a que, de manera natural, las desigualdades se vayan paliando. Quizá, como ha ocurrido con todos los grandes cambios de la historia, inicialmente haya algo de shock pero estoy seguro de que a medio plazo esto empieza a cambiar.

–Ya, pero es que eso es política.

–Pues eso, política.