rebano-ovejas2Sin Acritud…
Cordura (8/7/2012)
Llamadme «aguafiestas», pero antes dejadme plantearos una cuestión… De acuerdo, los chicos de la selección son grandes jugadores y lo ganan todo, incluso dinero a espuertas. Pero, ¿es necesario que además los adoremos?

Al querido y sufrido pueblo español
Los usos lingüísticos delatan la creciente vacuidad ideológica. Hace ya años que ‘PC’, en su acepción más común, dejó de significar «Partido Comunista» y designa el cacharro con el que usualmente escribimos, leemos y hasta vemos la tele.

En tiempos más recientes ocurre algo similar con «la Roja». La etiqueta no señala a ninguna dama o corriente izquierdista sino a un grupo de encumbrados ricachos ante los que el pueblo se prosterna por sus habilidades con una grácil esfera rodante. La ironía es aún mayor en plena «crisis», la más grave que recordamos: sus terribles efectos no logran atenuar el fervor idolátrico de las masas por unos cuantos mortales. Más bien lo exacerban, como ya habíamos constatado otras veces.

Tal conducta es comprensible además de respetable. De suyo, los humanos son sujetos carentes que anhelan ser felices. Si no lo consiguen de manera auténtica, recurren a sucedáneos. Si la vida les niega triunfos personales, se proyectan en héroes con los que se identifican. Y si el presente y el futuro muestran su cara más sombría, corren en cuanto pueden a ahogar sus penas en la embriaguez colectiva que el éxito de otros les procura. Prorrumpe entonces el espíritu de fiesta. Repentinamente jubiloso, el pueblo se entrega a una desinhibición -y se toma unas licencias- que habitualmente ni se plantea, pero que en estos casos sabe que se le toleran.

Al Poder esto le viene de perlas. Ni siquiera necesita conspirar (demasiado) para que la gente reaccione de ese modo. El capitalismo avanzado -postindustrial, posmoderno y neorreligioso- es experto en cubrir necesidades ficticias que previamente ha creado no tanto con afán de control social como de lucro. En su día vio una gigantesca oportunidad de negocio en el júrgol, espectáculo que explota a la vez nuestra naturaleza lúdico-competitiva y el gregarismo que suele acompañarla. Y si encima se combina con esa noble variante del espíritu gregario, el patriot(er)ismo, miel sobre hojuelas. Así que el Poder, aunque sea conspirador per se, más que urdir el circo jurgolero se «limita» a aprovecharlo y exprimirlo al máximo.

Autoengaño colectivo
El susodicho capitalismo progresa imparable. En la rica y hermosa ciudad de Praga es hoy de lo más común ver a indigentes -en su gran mayoría de aspecto europeo- escarbando en las numerosas papeleras urbanas. Lo hacen sin pudor aparente, quizá como síntoma de la extensión del fenómeno. Los turistas pueden toparse con ellos lo mismo en la Plaza de la Ciudad Vieja que en la de Wenceslao o a las orillas del Moldava. Pueden verlos rescatando el cantero de un bocadillo babeado o una botella de plástico a la que solo le queda un traguito de refresco. Y uno, aun desprovisto de vanas nostalgias, se pregunta si ocurría igual cuando ‘PC’ todavía quería decir Partido Comunista.

Pero la costumbre no es solo praguense. En España, el glorioso país de «la Roja», también va a más. Con su propia variante, pues en principio se trata de buscar en los contenedores de basura no tanto restos, sino comida en buen estado, a menudo incluso envasada, pero desechada por vecinos o comercios de alimentación. En muchos casos, como una labor solidaria con los más necesitados. Pero tampoco es raro ver a personas sin hogar, españolas ya con frecuencia, metiendo la cabeza en un cubo en busca de lo que sea.

… Y en esto llegó la victoria, el 4-0, la segunda Eurocopa, nuestro ya famoso triplete. El mérito está ahí. La triunfante «España» de Del Bosque ha conseguido, siquiera por unos días, suplantar a la España real, tan mediocre y humillada por los mercados y el Poder. Es como si una checa paupérrima o un español hambriento hurgase en la basura buscando alimentos y de repente se encontrase banqueteando en el restaurante del Ritz. Luego, claro está, el batacazo con la realidad dolerá aún más, pero entretanto -ya lo dice el sabio refrán pagano-, «que nos quiten lo bailado».

Pero es que además son muchos los que ven, quieren ver, algo mágico y trascendente en las gestas de «la Roja». O si se prefiere, algo religioso. Un elemento que les permite confiar en la reiteración de esas gestas en el tiempo y más allá de lo deportivo. Da igual que estos creyentes sean carcas (neo)confesionales que progres-de-toda-la-vida. Unos y otros, súbitamente, se llenan la boca hablando de la «eternidad» (ver también).

Es, claro, una religiosidad profundamente pagana. Un panteísmo «humano, demasiado humano» epidérmico y autocontemplativo que busca la fusión mística, dionisiacamente beoda, en el Todo capaz de conjurar nuestros muchos y graves problemas. «España entera se va de borrachera», grita una alegre moza en representación de esta patria unida, feliz y borracha… de un gozo (¿o un goce?) efímero que aspira a trascenderse y durar. «Somos únicos, somos los mejores, con huevos», proclama con su puntillo zafio Sergio Ramos.

Ya no importa tanto que la aterradora prima de riesgo vuelva a subir, como de hecho está ocurriendo. O que las otras primas, las de los diosecillos de «la Roja», resulten obscenas (aunque para completar la imagen beatífica de los tales, tan bondadosos ellos, ¡qué idílico sería que las destinasen a fines sociales!). O que las historias de desahucios resulten cada vez más sangrantes (con represión estilo Pinochet) y los rudos mineros, a la desesperada, protagonicen lo que más bien parecen escenas bélicas. España, a través de «la Roja», se ha demostrado a sí misma que puede superar los más elevados retos. La maldita «crisis» también será vencida. ¿Que no todos somos genios en lo nuestro, mucho menos en finanzas, como lo son en lo suyo esos ídolos del balón…? De acuerdo, pero lo importante es la efusión de autoestima que nos ha caído del Olimpo jurgolero, aunque en el fondo -¡qué paradójico es todo!- la sepamos efímera.

Pues, a poco que lo piensen incluso los menos dados a pensar, todo es mentira. Y el autoengaño, un autoengaño consciente (a ratos, claro), socorrida pose del que sufre con resignación pero sin dejar de anhelar ese golpe de suerte que le saque del pozo. Ya solo queda, para quien tan baqueteado se encuentra, la vocación eudaimónica resumida en el instintivo «¡Ojalá!», pero que se agarra a un clavo ardiendo para realizarse. Aunque ese clavo sea el más inverosímil de los simulacros.

El Poder no ignora eso y lo alienta. A los millares que se congregaron junto a la diosa Cibeles el domingo, por ruidosos y excesivos que fueran, los mimó como una tierna madre a sus hijos. Allí estaban las mangueras de los bomberos para refrescar al gentío bajo el duro sol español. Nada de gases lacrimógenos, ni de arbitrarias cargas de los antidisturbios tan adictos al porrazo y a las pelotas de goma. Los escasos detenidos por provocar altercados fueron rápidamente puestos en libertad (¿o se trata solo de sucias insinuaciones de los independentistas catalanes…?). Y el cava, corriendo a discreción, de manera que la ebriedad llegase a ser literal: empezando por las deidades jurgoleras, principales homenajeadas en el magno evento patrio.

¿Y todo para esto?

El ser humano es intrínsecamente contradictorio (aunque eso no le exima del deber de coherencia). Conscientes de ello, no es cuestión de condenar a los que ayer protestaron contra el Poder y hoy se embriagan con «la Roja». Ni siquiera a los que se limitan a lo segundo. Todos somos débiles, sea cual sea el modo en que lo manifestemos. Pero eso no hace menos necesaria la reflexión acerca de estos fenómenos. Lo que está en juego no es un campeonato de fútbol sino nuestro futuro tanto social como individual.

Sobre esta base, cabe preguntarse para qué sirvieron las lecciones de la historia… A menudo se afirma que las últimas generaciones en España son las mejor formadas de todos los tiempos. No entraremos en ese debate. Aunque fuera cierto, aunque a los mayores índices de titulación universitaria se sumase una sólida formación académica, es harto dudoso que eso garantizase el progreso genuino. La cultura, la educación, el bagaje técnico son útiles pero no suficientes -ni siquiera estrictamente necesarios- para asegurar una visión saludablemente crítica. El ser humano puede ser tan culto y preparado como se quiera pero eso no bastará jamás para redimirlo. Estos días hemos tenido ocasión de comprobar, una vez más, cómo  innumerables tertulianos, comentaristas y otros sesudos analistas con currículum aparte de labia se entusiasmaban hasta el absurdo más pueril con los éxitos jurgoleros. No podían ser menos, claro. A fin de cuentas, son básicamente los mismos «líderes de opinión» que día sí, día también bendicen, por acción u omisión, los desmanes del Poder (¿cuántas veces has escuchado a alguno de ellos denunciar el mito del 11-S, condenar sin paliativos las presentes guerras imperiales, o cuestionar como se merece la gestión política de la estafa a la que se empeñan en llamar «crisis»?).

la-rojaPero entonces, insisto, ¿para qué sirvió la historia? ¿Para qué sirve conocerla? ¿Qué utilidad tiene citar una y otra vez el «pan y circo» que agudamente denunciara Juvenal hace casi veinte siglos? Si ahora resulta que el esquema se repite (¡incluso cada vez más limitado al «circo»!), ¿dónde está el progreso real logrado en todo este tiempo? ¿Qué fue de la raza humana?

Si a nuestros congéneres, cultos y todo, les sigue fascinando lo más superficial; si la mayoría de ellos babean, o asienten, ante los éxitos de Nadal y de «La Roja», o siguen prestando atención a asuntos tan necios como el Festival de Eurovisión o los Carnavales de Río, ¿para qué han servido la Modernidad, la Ilustración, la universalización de la enseñanza y la ya secular apología de la lectura?

Si seguimos bendiciendo las guerras presentes, ¿para qué nos sirve conocer las atroces guerras de la historia, incluidas las dos contiendas mundiales del siglo XX, que no cesamos de lamentar e incluso condenar? ¿Qué hemos aprendido de Gandhi y de Martin Luther King, a quienes a menudo decimos admirar?

¿De qué nos sirvieron El Quijote y sus tan claras como atinadas lecciones sobre la condición humana si seguimos cediendo a nuestros más sanchopancescos instintos?

Seamos marxistas o no, ¿de qué nos sirvió El capital que certeramente describe la aguda tendencia del capitalismo a las crisis? O incluso -tranquilos, señores/as liberales-, ¿de qué nos sirvió Adam Smith, el economista y filósofo moral que advertía contra la colusión de los comerciantes? (Sí, pueden tranquilizarse ustedes también, señoras/es socialistas).

¿Para qué los sublimes cantos a la alegría y a la libertad de la Novena Sinfonía si a fin de cuentas preferimos ser esclavos y estar tristes?

¿Para qué ensalzar tanto a viejos luchadores por la libertad y condenar tantísimo pasados genocidios si en el presente consentimos holocaustos tan sistemáticos como el del pueblo palestino?

¿Para qué citar profusamente a Orwell, o a Kafka, si a la hora de la verdad aplaudimos de facto los manejos y manipulaciones del Poder, por falaces o absurdos que sean, mostrándonos ciegos ante su evidente obsesión totalitaria?

Vale, no todos conocen igual de bien a estos autores, héroes y obras, pero cabría esperar (¿o no?) que los más cultos, y por tanto más sensibles (?), resultasen lo bastante influyentes en el resto como para ejercer de líderes sociales positivos… Un auténtico baluarte frente a ataques de infantilización colectiva como el que, Eurocopa mediante, estos días hemos sufrido.

¿Será que nuestro supremo horizonte civilizatorio se resume de veras en el «tiqui-taca para la eternidad»? ¿Radica tal vez ahí la estrategia que nos llevará al fin de las injusticias y el sufrimiento humano?

«¡Cállate ya, aguafiestas!», le oigo decirme a más de uno.

Está bien, ya me callo. Aunque no hagan falta los aguafiestas porque la realidad se basta para aguároslas. Pero antes dejadme deciros que, mientras vivamos, siempre nos quedará un camino de dignidad y esperanza reales, superior a todos los demás porque es el único que conjuga la sed de justicia con la capacidad para implantarla.

¿Que no te interesa ese camino? ¿Que estás a gusto con tu «Roja» y con tu vida?
¿Que te deje en paz de una vez…?

Pues ya sabes: «Italiano el que no bote» y «Yo soy español, español, español…»

N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de Cordura.