Bolivia
Eduardo Paz Rada (12/3/2012)
A pesar de los millonarios ingresos por la exportación de minerales, hidrocarburos y productos agrícolas y del record interno de reservas monetarias de los últimos años y a pesar de la existencia de un gobierno que tuvo su origen en las movilizaciones populares de la década pasada y propuso impulsar un proceso de cambio, Bolivia sigue siendo el país mas débil y desintegrado de la región, muy atrás de las naciones vecinas, y con fuertes conflictos internos como resultado de una Constitución que reconoce decenas de naciones, regiones y departamentos con atribuciones de autodeterminación y control del territorio y los recursos naturales.
Durante los últimos tres años los conflictos y las luchas sociales no han estado dirigidos «contra el imperialismo, los empresarios, la oligarquía o el gobierno neoliberal» sino, por el contrario, se han concentrado en pugnas y enfrentamientos entre sectores sociales del campo popular, campesinos, comunidades, cooperativas, sindicatos, pueblos indígenas, municipios, provincias, departamentos y gobierno por controlar espacios de tierra, riquezas naturales, cursos de agua o caminos y carreteras, dejando relegada la construcción de un proyecto nacional-popular unitario y fortalecido.
El momento era el mejor tomando en cuenta la derrota de las oligarquías regionales, de los partidos conservadores y abiertamente neoliberales y de las iniciativas de fortalecer el Estado con la recuperación y nacionalización de los sectores estratégicos de la economía con un pueblo movilizado que demandaba avanzar en una perspectiva de liberación nacional, paralelo a importantes avances antiimperialistas en América Latina y la propia crisis del capitalismo en las potencias centrales.
Sin embargo, las concesiones hechas por el gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS) a las transnacionales petroleras, como REPSOL, BG, TOTAL y PETROBRAS, a las grandes empresas mineras como Sumitomo, Glencore y Kores, al sistema bancario y financiero que nunca ha ganado tanto como en estos años y a los terratenientes extranjeros y bolivianos de la soya del oriente, por un lado, y la fuerza desintegradora de Bolivia que ha surgido por presión de oeneges sobre grupos indígenas y regionales con el argumento de tener derechos superiores a los del Estado Central, por otro, han puesto al país en una situación de gran debilidad y sin una estrategia de fortalecimiento nacional.
Brasil se ha convertido ya en una potencia económica mundial de primer nivel y ha desarrollado grandes proyectos nacionales y regionales, con grandes carreteras, ocupación de territorios en el Amazonas que eran apetecidos por las potencias de la Unión Europea y Estados Unidos, crecimiento del mercado interno y proyección geopolítica continental. De igual manera, aunque en dimensiones menores, Argentina y Chile han despegado, fortaleciendo su economía interna y avanzando en la integración interna defendiendo su industria y proyectándose al exterior. En estos casos, como en los de Paraguay y Perú que avanzan en la ejecución de proyectos de industrialización, construcción de vías de comunicación e impulso nacional, la idea de vinculación regional, vía MERCOSUR, CAN, UNASUR, pasa por el potenciamiento interno que les de mayor fuerza en el proyecto de la Unidad Latinoamericana.
Las posibilidades de que el gobierno de Evo Morales recupere la iniciativa y avance en una perspectiva de liberación nacional e integración latinoamericana son cada vez menores debido a varias razones: la ausencia de un proyecto y una estrategia nacional y popular que recupere lo mejor de la lucha del pueblo boliviano, la división y fragmentación de los sectores que apoyaban al gobierno, los frenos que ponen las transnacionales al gobierno y la complicidad de las autoridades con esos intereses, las expectativas de los grupos indígenas de controlar los recursos naturales y la ausencia de deliberación y debate político, económico, ideológico, cultural sobre los grandes problemas nacionales e internacionales.
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