Manifestaciones en Madrid. Foto EFE
Manifestaciones en Madrid. Foto EFE

España
Cordura (15/7/2012)
No es fácil encontrar el tono más adecuado para hablar de hechos tan reprobables y próximos. Se ha de evitar siempre dejarse arrastrar por la mala sangre. Pero a la vez, no solo el «cuerpo», hasta la misma razón nos pide gritar que hemos iniciado un camino sin retorno (como si, paradójicamente, creyésemos que así pudiera evitarse que lo sea). Grito que en realidad llevábamos años profiriendo a modo de advertencia, y ahora ya es demasiado tarde…

Cuando Mariano Rajoy deje el gobierno es probable que disfrute, como sus antecesores, del correspondiente asiento en el Consejo de Administración de una gran empresa agradecida por los servicios prestados, así como de las demás prebendas que el estado les ofrece (sueldo y chófer vitalicios, un puesto en el Consejo de Estado…), y de la posibilidad, que a buen seguro aprovechará, de impartir plomizas conferencias generosamente retribuidas.

Será el premio por haber consumado tremendos ataques a su propio pueblo, y en particular a los más débiles: con salvajes recortes -que todavía no han hecho más que empezar-, brutal represión y muy posiblemente muertos. Será también una prueba más de que los políticos que deberían servirnos se han convertido en algunos de los agentes más nocivos para el conjunto del cuerpo social.

La extraña furia del Poder
Tras la bárbara represión de estos últimos días contra muchos ciudadanos que se limitaban a ejercer pacíficamente su derecho a protestar, cabe preguntarse si no habrá que acuñar la expresión «terrorismo policial». No parece exagerado. Fueron muchos cientos los que corrieron delante de la policía. No pocos de ellos resultaron aporreados, chuleados, caídos en el suelo, víctimas de ataques de pánico o ansiedad… y en todo caso, aterrorizados.

Me centraré especialmente, por haberla vivido en gran parte, en la movilización de apoyo a los mineros del pasado miércoles por la tarde-noche en Madrid (quizá no se dieron en ella los hechos más graves de estos días, con ser gravísimos, pero resultan aleccionadores). La marcha de más de dos horas discurrió en calma, la cual se mantuvo hasta cerca de las diez ya en la Puerta del Sol. Eso sí, con el lógico cabreo frente a este gobierno del Partido Antipopular que ese mismo día había vuelto a sacrificar otras importantes porciones del bienestar de la gente en el altar de los «mercados».

Y entonces empezó la locura… Hay que preguntarse hasta el final quiénes eran esos tipos tan atléticos con pañuelos en la cara que lanzaron las bengalas y tumbaron los contenedores de basura. A fe que no los habíamos visto hasta ese momento. Hay que explicar por qué tenían tanto espacio físico para actuar. Por qué los antidisturbios tardaron en torno a un cuarto de hora en empezar a cargar desde que se pusieron los cascos. Por qué, si hay tantas fotografías y vídeos en los que se ve claramente a los lanzadores, en lugar de detenerlos a ellos, los agentes dispersaron, golpearon y detuvieron a muchos de los que pillaban por delante y que se limitaban a escapar de esa persecución enloquecida.

Por qué, en resumidas cuentas, la emprenden contra pacíficos manifestantes (y no es la primera vez, ni la segunda, ni la tercera…) que ejercen derechos ciudadanos, y por qué cuando estos salen corriendo, los supuestos servidores del orden público van detrás de ellos a asustarlos y vejarlos.

Aunque sus víctimas no fueran más que niños, o poco más, como los que en Callao asistían a un evento comercial que nada tenía que ver con la manifestación, pero que se quedaron atónitos ante el espectáculo de violencia gratuita, protestaron por ello y sufrieron las consecuencias. A ellos y a los demás congregados les dice David, en nombre de los manifestantes que venían huyendo de Sol (reproducimos sus palabras tal cual las dejó escritas):

«Con todo mi respeto a la gente que estabais allí… ¿qué pensáis, que la gente que estaba en Sol y venía corriendo había hecho algo? No. Estaban igual de tranquilos como vosotros. Decís que os pilló en medio. Siento deciros que ya estáis en medio. Todos los días. No penséis que vuestros derechos van a ser respetados por levantar las manos y decir «yo no he hecho nada». Mi consejo, desde la más profunda honestidad: cuando los veáis venir, haced lo que queráis, pero no os quedéis parados. Os van a hacer mucho más daño. Dejad de pensar que «si no he hecho nada, no me pegan». Siempre pegan después del primer grito de «fuera»… Algunas veces, incluso antes. Cuidaros.»

Antes o después «acabaremos heridos o detenidos»
No menos interesante resulta el testimonio que nos ha hecho llegar otra persona cuyo pacifismo nos consta sin sombra de duda. Es un documento que brota de las entrañas del pueblo y refleja cómo el Poder consigue meter el terror en el cuerpo mediante sus bravos «acorazados», como los llama la autora. Lo reproducimos a continuación, también literalmente:

«Hola. Hoy me he despertado sin despertador de susto y creo que aún me duraba el ataque de pánico que tuve ayer. He desayunado y me he duchado sin poder parar de llorar.

»No te preguntes por qué siguieron cargando después. Están locos, disfrutan y encima no se deben sentir responsables porque solo acatan órdenes.

»Ayer se vio claramente cómo las reciben. Estábamos felizmente en Sol, de risas, y de repente les vimos cómo se ponían los cascos. Ingenuos de nosotros, pensábamos que era imposible que cargaran porque había demasiada gente. A los 15 minutos empezó el terror.

»De repente una masa de gente empezó a correr hacia Preciados, les seguimos sin saber por qué y más que nada porque no nos arrollara la masa. Pasado este «momento pánico» paramos y acordamos no separarnos (íbamos unos 8).

»De repente otra masa de gente vino corriendo y ahí ya nos dispersamos todos. Yo solo veía a X. protegiéndome en todo momento y yo con la histeria desatada. Corríamos hacia Preciados, pero nos encontramos que venían por la derecha y por la izquierda y que enfrente teníamos una pared, así que X. pensó que la única opción era aplastarnos en la pared y esperar a que pasaran los porrazos.

»A mí no me pasó nada porque X. me cubrió. Y tuvo suerte, porque el policía que le pegó a él, en ese momento no le apeteció pegarle más y prefirió ir a por cualquier otro. Alrededor había muchísima gente tirada en el suelo siendo aporreada.

»En cuanto pasó el «momento porra» [sufrido por nosotros], echamos a correr despavoridos. Había terracitas con gente tomando algo, y ellos también fueron afectados por nuestras carreras y por los porrazos.

»En un momento dado, vimos a un hombre de cerca de 60 años tirado en el suelo boca arriba que no se podía levantar (debía de haber tropezado con una valla separadora de terrazas). Nadie nos paramos a ayudarle.

»Nos tuvimos que meter al Corte Inglés de Callao porque seguían persiguiéndonos. Allí dentro hasta los dependientes estaban nerviosos. Al salir vimos llamas en Preciados.

»Pensamos reunirnos con el resto de gente en Callao, pero menos mal que X. dijo que mejor reunirnos al otro lado de Gran Vía. Al rato vimos que acertamos porque por Gran Vía subía gente corriendo aterrorizada, gente que incluso cruzaba la calle sin mirar (supongo que en ese momento es mejor que te pille un coche a que te lleven detenido).

»Ya tengo claro que X., o yo, o alguien cercano acabaremos detenidos o heridos. Y que ayer tuvimos mucha suerte para lo que pudo haber pasado. Total, X. solo tiene unas marcas rojas en el culo. Y bueno, de los nueve que íbamos, aporrearon solo a tres.

»Parece ser que el radio de acción fue Sol, Callao, Jacinto Benavente… y que recibieron órdenes fue claro, porque desde que les vimos ponerse los cascos hasta que actuaron pasaron unos 15 minutos. Hay una versión que dice que alguien les lanzó una bengala, y que antes de que les llegaran, actuaron. Imposible. No creo que una bengala tarde 15 minutos en aterrizar.

»¿Los contenedores quemados…? No me cuadran los tiempos. No sé cuánto se tarda en quemar un contenedor, pero lo único que vi fue gente huyendo, y al rezagado (bueno, y al resto), le aporreaban, así que dudo que haya tantas casualidades como para que alguien se quede rezagado, consiga zafarse de los «acorazados», tenga en mente hacer un fuego y consiga hacerlo. Y todo eso a tal velocidad.

»A todo esto, me resulta curiosísima mi reacción. El año pasado cuando me vi envuelta en los conflictos de la JMJ [en los cuales sufrió una agresión policial], mi reacción fue de sangre fría total. Todo lo contrario a ayer, que me dejé llevar por el pánico más absoluto.

»¿Será que ya han conseguido aterrorizarme y tengo aún más miedo del que creo? ¿O que al ir sola [entonces] saqué más fuerzas sabiendo que no tendría a nadie que me protegiera?

»¿Y qué dices que no sabrías cómo reaccionarías si vieras que pegan a alguien? Ja, ayer no te hubiera dado tiempo a reaccionar. Solo a correr y correr…»

manifestaciones-en-la-puerta-del-sol-de-madrid1Luego, fiel a su costumbre, la delegada del gobierno bendijo esa actuación policial. ¿Apología del terrorismo? Pero no veréis ningún diario masivo que condene todo esto y exija responsabilidades hasta el final. No en vano son medios del Régimen.

Dudo mucho que ni siquiera la mayoría de los votantes del Partido Antipopular, el ala más monolítica del nefasto PPSOE, puedan corear la bendición de esa señora. Pero esto no es algo aislado ya. Nos hallamos ante un proceder sistemático. Ante un plan. Ante una dictadura englobada en el Nuevo Orden Globalitario. Hace ya casi un año que advertíamos sobre ello y, desde entonces, los casos no han hecho sino multiplicarse. Como en las más feroces tiranías, se trata de intimidar al pueblo para que no salga a la calle a defender sus derechos. Esto es muy grave.

Cuando se vaya Rajoy…
Sí, ya lo decíamos, cuando se vaya Rajoy con su macabro saldo detrás, previsiblemente gozará del ya clásico retiro dorado de un presidente. No es descartable que la Elite le agradezca de manera muy especial haber sido firme en la aplicación de la Ley de la Porra.

Pero, frente a lo que algunos pudieran pensar, la victoria de todos estos vividores a costa de la miseria ajena será pírrica. Un día llegará en el que tendrán que dar cuentas por lo que hicieron, salvo que previamente hayan sido capaces de rectificar sus caminos (ver también).

N. de la R.
Este artículo se publica con la autorización de Cordura.