Felipe VIMi Columna
Eugenio Pordomingo (26/12/2014)
El Rey de España, Felipe VI, leyó su discurso navideño –el primero- intentando mostrar una imagen de cercanía con los ciudadanos que no creo, con la que está cayendo, que consiguiera. Sentado en una modesta butaca, a su lado derecho un sillón entre rojo y malva, parecía encontrarse en un cuarto de estar de clase media al que sólo le faltaba la mesa de camilla, un brasero de carbón y una manta palentina sobre sus largas nalgas. 

El cuarto de estar donde durante toda una tarde se organizó y grabó el discurso navideño no era tal, pues fue preparado para la ocasión por los técnicos de RTVE.

Los entresijos acerca de la vestimenta del monarca, quién influyó o dejó de influir sobre la conveniencia de perorar en un cuarto de estar con fotos de familia sobre una mesita o la ausencia de la bandera de España, o las comparaciones con los mensajes navideños de su padre, el rey Juan Carlos I, no son para mi importantes. Y, sinceramente, tampoco es importante lo que dijo, ya que no mencionó para nada a su hermana, la Infanta Cristina, ni a su cuñado Iñaki Urdangarin. Algo más de diez minutos plagados de generalidades, alguna pincelada sobre la situación social española, y poco más.

La noticia de que su hermana la Infanta Cristina había sido imputada por el Juez José Castro, no alteró ni un ápice el texto del discurso de Navidad de Felipe VI. Omisión que no le deja nada bien ante los españoles, pues no hay que olvidar que la Infanta ocupa el sexto lugar en la sucesión a la Corona de España. No hacer referencia a que su hermana y su marido se sentarán en el banquillo acusados por corrupción es un asunto muy grave, que afecta a la Casa Real, al prestigio de España y a nuestras instituciones.

Felipe VI comenzó  su mensaje navideño diciendo: “estamos  viviendo tiempos complejos y difíciles para muchos ciudadanos y para España en general”. Pero no acusó a nadie de ello. Para él, “la dureza y duración de la crisis económica produce en muchas familias incertidumbre por su futuro”. Alguno de sus asesores le podía haber sugerido que las familias españolas no tienen “incertidumbre” sobre su futuro. Éste lo ven negro, muy negro. Millones de españoles piensan cómo hacer para llegar a fin de mes; cómo resguardarse del frío, y añoran eso de disponer de teléfono en casa y electricidad para cocinar y calentarse. Los ciudadanos que se encuentran en esa situación no son pocos, sobrepasan los cuatro millones.

Aludió el rey a que “las conductas que se alejan del comportamiento que cabe esperar de un servidor público, provocan, con toda razón, indignación y desencanto”. Es cierto, pero no lo es menos el desencanto, cabreo e indignación que produce el que esos “servidores públicos” no devuelvan el dinero afanado y con intereses, además de la pérdida de sus derechos ciudadanos, la expulsión del cargo que ocupan y les sean impuestas penas y sanciones de acuerdo con la ley.

Por todo lo que acontece en torno a la corrupción el ciudadano ya no tiene pesimismo ni malestar. ¡Que va, lo que tiene es cabreo, indignación y mala leche!, que posiblemente se estén encarrilando hacia la conquista del BOE (Boletín Oficial del Estado), postura de la que soy partidario y así lo he expresado cuando he tenido ocasión.

“Necesitamos una profunda regeneración” –afirmó Felipe VI en otro párrafo de su discurso-, y yo me pregunto ¿quién se va a encargar de ello? ¿Los mismos que nos han conducido a esta situación?

Habló Felipe VI de que necesitamos “referencias morales a las que admirar, principios éticos que reconocer, valores cívicos que preservar”, destacando “la lucha contra la corrupción” como “un objetivo irrenunciable”. Tratando de demostrar que algo se esta haciendo dijo: “Es cierto que los responsables de esas conductas irregulares están respondiendo de ellas; eso es una prueba del funcionamiento de nuestro Estado de Derecho (…) Debemos cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción. La honestidad de los servidores públicos es un pilar básico de nuestra convivencia en una España que todos queremos sana, limpia”. Los “referentes morales” en cualquier sociedad deben ser los líderes de la misma, pero en nuestro país ni el sabio Diógenes sería capaz de encontrarlos.

Habló el rey sobre las empresas españolas, de las que afirmó que “son punteras en muchos sectores en todo el mundo”, pero podía haber dicho que, también, muchas de ellas han sido las que han contribuido a crear el actual estado de corrupción. Por no mencionar su “labor” en el extranjero, donde pagan salarios de esclavitud, incluso a niños, en precarias condiciones laborales. Los informes elaborados por prestigiosas ONGs nos lo confirman.

Y aunque en su “cuarto de estar” no estuvo presente la bandera de España (sólo apareció como una exhalación en el lado izquierdo de la pantalla durante unos segundos), ahora tocaba hablar de Cataluña, la gran beneficiada por las medidas fiscales de este, el otro y el anterior gobierno español. Y como siempre una alusión a la Constitución de 1978, la Madre de todas las Constituciones, a la que encumbró como garante de “nuestra unidad histórica y política”. Y yo me pregunto, ¿cómo es posible que con esa Constitución en la mano desde hace más de 36 años no hayan sido capaces de encontrar una solución para esa “suma de nuestras diferencias”, a la que el rey aludió?

¿Quién o quiénes le han asesorado al rey para decir esto?: “En el mes de junio pasado, España se dio a sí misma y al mundo un ejemplo de seriedad y dignidad en el desarrollo del proceso de abdicación de mi padre el Rey Juan Carlos y de mi proclamación como Rey; todo ello de acuerdo con nuestra Constitución”. ¿Seriedad y dignidad? ¡Qué podíamos hacer los españoles!  Algunas de las causas de la abdicación de Juan Carlos I están en su comportamiento y en el escándalo del ‘Caso Noos’, los arriesgados safaris y su amistad con Corinna zu Sayn-Wittgenstein, de soltera Corinna Larsen. 

En su discurso navideño el rey afirmo tajantemente que “somos una democracia consolidada”. Pues, con todo respeto, yo le digo que no. La misma ‘Ley Mordaza’ (Ley de Seguridad Ciudadana) me da la razón, por no acudir a la insensibilidad y discriminación que sufren, por ejemplo, los afectados por la Hepatitis C, a los que no se les suministra un medicamento que puede salvarles la vida.

Eugenio Pordomingo

Eugenio Pordomingo

Las referencias a que “Hoy, más que nunca, somos parte fundamental de un proyecto europeo que nos hace más fuertes, más competitivos y más protagonistas de un futuro de integración”, son inciertas. . Y lo son porque para “entrar” en Europa –como si fuéramos de otro planeta- la oligarquía política de entonces, el PSOE, tuvimos que malvender nuestra industria nacional, destruir parte de nuestra flota pesquera, matar vacas y cerdos, y arrancar vides y olivos, además de perder nuestra soberanía e independencia nacional en pos de intereses geoestratégicos foráneos.

Un ejemplo próximo de nuestra escasa influencia en Europa y menos en el mundo, ha sido la marginación de la que ha sido objeto el Gobierno de España en las negociaciones entre los gobiernos de Cuba y USA para reanudar sus relaciones diplomáticas.

Felipe VI afirmó en su discurso navideño que hay que “regenerar nuestra vida política, recuperar la confianza de los ciudadanos en sus instituciones, garantizar nuestro Estado del Bienestar y preservar nuestra unidad desde la pluralidad son nuestros grandes retos”, pero ¿quién se va a encargar de ello? Todo parece indicar que los poderes fácticos preparan una solución que llegado el caso –que llegará- comenzará por un gobierno de coalición PP-PSOE.

No aludió el rey en ningún momento a los partidos políticos y sindicatos mayoritarios implicados en asuntos muy graves de corrupción. Y tampoco mencionó a los cientos de miles de españoles que se ven obligados a salir de España en busca de trabajo para supervivir. Lamentablemente, tampoco habló de los recortes en educación, sanidad, derechos laborales, y un largo etcétera. La salida de España de nuestros científicos por falta de apoyos institucionales y la masiva venta de empresas españoles, sin ninguna ley que proteja esas acciones, como sucede en Francia o Alemania, han sido asimismo  obviadas.

Un discurso muy preparado, muy medido, muy cuidado, pero al día siguiente el Gobierno de España decretó un aumento del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) del 0,5%, equivalente a 3 euros mensuales. Ese salario pasa de 645,3 euros mensuales a 648,6 euros. Las pensiones subirán el 0,25%. ¡Una auténtica vergüenza!

Un ataque en toda regla a la dignidad de las personas. Mejor que no hubieran subido nada y que acudieran, como suelen hacer, a cualquier subterfugio.

En fin, más de lo mismo, pero con distinta cara.