España
A. D. (30/8/2019)
Siento cada día menos aprecio y respeto por los mandos de nuestro Ejército. Su atención la ocupan sobre todo los trienios, los complementos y los escalafones y no las cosas que conturban nuestros viejos corazones de acero.

El Ejército español debe ser el único, de entre las grandes potencias que en el mundo han sido, que no ha ganado nunca una guerra. Normal si se deja mandar por una modistilla al servicio de Soros. Se ha ganado alguna que otra batalla y saldado con éxito alguna que otra escaramuza, pero ganar una guerra, lo que se dice ganar una guerra en condiciones, siempre las han ganado los civiles, desde la Reconquista al Levantamiento del 2 de Mayo contra los franceses.

Se habla estos días de la vergüenza de que un buque de la Armada sea el encargado de trasladar a España a un grupo de inmigrantes que iniciaron su travesía por el Mediterráneo previo acuerdo económico con las mafias dedicadas al tráfico humano. Con la legendaria excepción de unos pocos mandos, la Armada española ha sido escasamente capaz de nada sobresaliente a lo largo de la historia. Fue una de las causantes del periodo de miseria que vivió España en el siglo XVIII, debido sobre todo a la fabricación masiva de buques para la defensa de nuestros territorios de ultramar. Se construyeron 125 buques, algunos dotados de hasta con 4 puentes y 125 cañones, que ningún otro país del mundo tenía. Ni siquiera Inglaterra. Esto no impidió que sumáramos una humillante derrota tras otra, mientras los ingleses imponían su dominio marítimo desde el Cabo de San Vicente a Trafalgar. Con la mitad de barcos y más pequeños, asaltar y robar el oro que trasladaban los barcos españoles que regresaban del Nuevo Mundo, se convirtió para los ingleses en un cándido juego. Contra los norteamericanos en Filipinas, la actitud de nuestra Armada fue deplorable. De no haber sido por la ayuda anfibia prestada por Hitler a las tropas nacionales en el verano de 1936, la llegada a la península de regulares y legionarios, fundamental para Franco, no se habría producido.

Así pues, no tenemos demasiados motivos para sacar pecho por el historial de nuestro poco corajudo Ejército, salvo para reprimir a la población civil. Su momento cumbre son las fanfarrias y los desfiles. Si exceptuamos a La Legión y la Brigada Paracaidista, el resto son cuerpos funcionariales mediocres e ineficientes. Comprenderán entonces nuestra falta de entusiasmo con la institución que lideró durante años un personaje como Julio Rodríguez, alias «Julito el Rojo».

Mientras España está siendo asaltada por tierra, mar y aire, nuestros soldados están presentes en 15 misiones en el exterior protegiendo la legitimidad internacional de gobiernos vinculados a los intereses energéticos de algunos lobbies árabo-estadounidenses. En total, las Fuerzas Armadas españolas participan en 15 misiones en el exterior con más de 2.500 militares y guardias civiles desplegados en cuatro continentes. Los contingentes más numerosos se encuentran en el Líbano, con 620 cascos azules, y en Irak, con 575 efectivos. En el marco de la OTAN participan en la misión Presencia Avanzada Reforzada (Letonia) y en Turquía, y asesoran a las fuerzas de seguridad en Afganistán.

También está presente en todas las misiones militares que la Unión Europea desarrolla en el continente africano, con despliegues en Malí, República Centroafricana, Somalia, Senegal y Gabón, así como en las operaciones que tratan de impedir la piratería en el océano Índico.

¿Hará falta decir que, mientras nuestros soldados protegen el régimen corrupto de Barham Salih, presidente de Irak, a España le han declarado la guerra gobiernos separatistas y políticos traidores?

¿Hará falta decir que, mientras España soporta a una población inmigrada que acapara ayudas con dinero de todos, miles de españoles han perdido sus casas, sus trabajos, su autoestima y su futuro?

¿Hará falta decir que una legión de españoles se ve ya impelida a buscar entre los contenedores de basura el sustento que el Estado les niega?

¿Hará falta decir que los políticos de la democracia están en vías de acabar con el estado de bienestar, con el progreso social y con el colchón de las clases medias que fueron conquistados con el esfuerzo, el patriotismo y la disciplina laboral de nuestros mayores?

¿Hará falta decir que la criminalidad y las bandas delictivas internacionales se enseñorean de nuestras calles, barrios y ciudades? ¿Hará falta decir que crece el número de familias rotas, de españolas violadas, de ancianos condenados a morir en el ostracismo, de jóvenes víctimas del alma carroñera de muchos empresarios, de niños que no tendrán el derecho a nacer?

¿Hará falta decir que nuestros mejores talentos se marchan a trabajar a otros países mientras prosigue el incesante flujo de inmigrantes ilegales y sin más cualificación conocida que la de saltar vallas fronterizas?

¿Hará falta decir que un ambiente de depravación se ha instalado en todos los sectores de la vida española, a tal fin que la defensa de la vida, de la familia y de los valores naturales son perseguidos con saña por parte de los mismos representantes del Estado que juraron defender esos principios al inicio de la Transición?

¿Será preciso decir que el desafío de los independentistas es la respuesta a la impotencia de una sociedad acobardada, indigna y posiblemente merecedora del fin que le aguarda? ¿Hará falta decir que, mientras muchos carecen de todo, unos pocos lo acaparan casi todo?

Parece como si la asunción del mal hubiese animado la lívido de los representantes estamentales de esta aborrecible democracia, mientras los pobres españoles tocan a tres partidos de fútbol diarios per cápita, a tres recibos impagados por mes y a unas dosis de zafiedad televisiva por vena.

Una voz solemne, sin embargo, ha dicho: «Nuestros soldados están defendiendo la libertad y la seguridad de los iraquíes». Y yo, que no soy nadie, le respondo acordándome de toda su parentela.

A la libertad de los iraquíes, tal y como habitualmente la viene entendiendo esa gente desde los tiempos de Gerión hasta nuestros días, le pueden ir dando mucho por el culo, con perdón de los presentes. Lo único que quiero es que España, nuestra España, sobreviva a los políticos de dentro y a los canallas de fuera.

Fuente: Alerta Digital.