banco-malo1Mi Columna
Eugenio Pordomingo (3/1/2012)
Está muy generalizada la idea -se han encargado de introducírnoslo hasta en la médula espinal- de que no hay alternativa al sistema financiero actual. ¡Es la base de nuestro sistema!, se dice.  Por eso cuando por mala gestión o por latrocinio -casi siempre van unidos ambos quehaceres- quiebra una entidad financiera, la columna vertebral de ese sistema, el Estado acude en su rescate. Rescate que pagamos los ciudadanos que no hemos sido culpables.

Como en cualquier desaguisado de estas características, hay que pedir responsabilidades a los gestores de esas entidades que han quebrado y a los responsables de haberlo tolerado: Gobierno y Banco de España.

Pero resulta que el sistema ya se ha encargado de que esos «rescates» formen parte del propio sistema. Con una salvedad, eso no ocurre en los países con más bagaje democrático y menos tolerancia social. Y es que aquí, todavía hay súbditos y no ciudadanos; aquí, en España, todavía hay adición a la ideología y adeptos a las siglas.

Los responsables de esos bancos y cajas quebrados deben responder civil y penalmente, pero el sistema premia su gestión con salarios y prebendas astronómicos y con jubilaciones milmilonarias. Ellos no suelen dar cuenta de nada; están por encima del bien y del mal, y cuando por un error o por excesivo celo caen en manos de la Justicia y son condenados, viene de inmediato el benefactor y nunca bien pagado «Indulto».

Las entidades quebradas no deben recibir «rescate» alguno, para eso está el dinero de los accionistas. En ningún caso las personas que tengan depósitos en cajas o bancos deben salir perjudicadas.

No debemos dejar de lado que en la mayoría de los casos han sido las cajas de ahorros las que han quebrado. A la cabeza de todas ellas Caja Madrid, ahora camuflada en Bankia. Pero, tampoco hay que dejar de lado que las cajas fueron tomadas al asalto por los partidos políticos con la colaboración necesaria de los sindicatos. El asalto fue generalizado, y de todos los colores. ¿Acaso en Caja Madrid no están como consejeros (Consejo de Administración, Comisión de Control, etc., etc.) miembros del PP, PSOE e IU? ¿Acaso en Caja Madrid no hay miembros de UGT y CC. OO. como consejeros?

No valen las disculpas, ni mirar para otro lado. Lo obvio no merece explicación.

Ahora el Gobierno de España ha salido con la creación de un «banco malo», que no es ni más ni menos que el timo de la estampita, el engaño del siglo amparado por las instituciones. Con la creación del «banco malo» se trata de ocultar la verdadera situación en la que han dejado sus gestores a muchas entidades financieras (cajas de ahorros), que no es otra que en la auténtica ruina.

Y ¿quién va a gestionar ese banco?, pues, Rodolfo Martín Villa -superviviente político y hombre de PRISA, la editora de El País- consejero de SAREB (Sociedad de Gestión de Activos procedentes de la Reestructuración Bancaria), o sea el «banco malo». Ese nombramiento lo ha hecho el Gobierno de España con el vistobueno socialista y de los poderes fácticos. Que nadie se llame andanas.

Nos quieren vender una realidad falsa. Y lo malo es que ya la hemos comprado. A base de mensajes subliminales y directos -ya no se cuidan ni las formas de la comunicación- nos han hecho comulgar con ruedas de molino. Los «colchones» para amortiguar e impedir la protesta, la verdadera, funcionan a las mil maravillas. Para eso la Constitución Española se cuidó muy mucho -para eso estaban los Padres de la Patria- de institucionalizar partidos políticos y sindicatos. Bien engrasados, a base de pesetas primero y euros después- han contenido la queja, la han canalizado, la han orientado.  Esto no es simplemente una opinión ni un análisis personal de prospectiva, que lo es, sino es la constatación de los hechos, y lo que afirma la ciudadanía cuando es consultada para que emita su opinión en estudios sociológicos de demoscopia.

Hasta ahora ha sido fácil ese frente común, pues más o menos la economía marchaba y en los hogares había calor y hogaza que llevarse a la boca. Pero, ya no es así, millones de personas están en el paro; en muchos hogares no entra un euro; miles y miles de jóvenes españoles se ven obligados a emigrar -la mayoría titulados- para fregar platos en Londres, servir canguro al horno en Australia o barrer calles y apretar tornillos en Alemania.  

Las protestas no asustan a los responsables de la crisis, ellos tienen recursos para aguantar. Es una guerra de desgaste. En ese terreno ganan la batalla. Hay que organizarse. Más de una vez he repetido la frase de Ángel Ganivet, precursor de la generación del 98: «Si los de abajo se mueven los de arriba se caen».