urnaMi Columna
Eugenio Pordomingo (24/5/2015)
El pasado 24 de mayo de 2014 escribí una Columna que titule ¿A quién voy a votar? A nadie  -eran las elecciones al Parlamento Europeo -,  en el que, entre otras cosas, constataba que la “gente está desencantada de la política”, para añadir a continuación que esa misma gente olvida “que la ‘res pública’ lo es todo, lo inunda todo”. Me remití a la figura de Aristóteles, que dejó dicho que la Polis es “la comunidad perfecta”. La Polis surgió –según el filósofo griego- “para satisfacer las necesidades vitales del hombre, pero su finalidad es permitirle vivir bien”. 

En la Polis el ciudadano participaba de las decisiones, opinaba, era respetado, se le daban cuentas. Las leyes y las instituciones regían la comunidad. Y, sobre todo, según Aristóteles, a la política se dedicaban las personas ilustradas y decentes; ahora, como nos ha recordado Emilio Lledó, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y  Humanidades, es todo lo contrario, se dedican a ella los indecentes.

Hoy las ideas han quedado un poco al margen, vivimos inmersos en la globalización de la economía y del negocio rápido. Hoy la avaricia y la usura, a través del poder público, se han hecho con el control de la Polis. La democracia ha quedado casi reducida al gesto de depositar una papeleta en una urna.

El la actualidad, el hombre es una mera “unidad de producción y de consumo”, ésta última limitada en estos tiempos debido a la escasez de determinadas materias primas y, sobre todo, al aumento de las desigualdades. Unos tienen mucho de todo y otros casi nada de nada.

Pocos días después de esas elecciones al Parlamento Europeo contesté en otra de mis Columnas al escritor Javier Marías, que en el suplemento dominical del diario  El País de esa fecha electoral (25 de mayo) escribió un texto titulado “El gesto más suicida: La abstención no cuenta, ni jamás será interpretada en el sentido que muchos quieren darle”.  Cinco días más tarde mostré mi disconformidad con el contenido de ese texto. El mío, lo titule así: “¿Son estúpidos o suicidas los que se han abstenido en estas elecciones europeas? No señor Javier Marías 

“Tras reconocer que la gente está indignada, cabreada, y que no sabe qué hacer para manifestar su descontento”, Javier Marías dice que lo “último que haré será abstenerme, porque, tal como están y son las cosas, sería la mayor estupidez en la que podría incurrir, además del gesto más suicida”.

Para Marías, “la abstención no computa, no cuenta, ni jamás será interpretada en el sentido que muchos de ustedes quieren darle (…) las abstenciones y los votos en blanco y nulos son aire (como el árbitro en quien rebota el balón en los partidos de fútbol), no son nada, no existen. Sólo cuenta lo expresado…”. En su artículo, atribuye a que  la “situación insólita” económica y de paz que vive España y Europa “ha sido posible gracias a la hoy denostada Unión Europea”. Olvida el escritor que “entrar” en Europa nos costó a los españoles regalar nuestra industria, matar vacas y gorrinos; cortar cepas de vides y olivos; ordeñar menos vacas y construir menos barcos; vender (casi regalar) empresas muy competitivas a los consorcios multinacionales; y eso sin contar las “reconversiones industriales” y “racionalizaciones laborales”, además de implantar la primera ola de “salarios basuras” y autorizar el desenvolvimiento de las ETT (Empresas de Trabajo Temporal). Este trabajo le correspondió al PSOE, liderado por Felipe González, hoy acaudalado hombre de negocios y lobista profesional. Las tijeras de los recortes cayeron después en las manos de José María Aznar, José Luís Rodríguez Zapatero –con toda seguridad el más nefasto de los presidentes de gobierno españoles y europeos- y de Mariano Rajoy.

Antes de que se me vaya el Santo al Cielo, en las elecciones europeas del 25 de mayo de 2014, la abstención alcanzó el 54,16%. Demasiados  suicidas y estúpidos, ¿verdad, señor Marías? Y eso sin contar los votos en blanco y los nulos.

Los que se abstienen conscientemente lo hacen para mostrar su repudio sin tener que ponerse guantes para coger la papeleta o taparse la nariz, como hizo el escritor italiano Indro Montaenlli cuando votaba a la democracia cristiana,  para escapar al pestilente hedor que destila la farsa.

Recurro de nuevo al maestro Emilio Lledó, que en una entrevista publicada en el diario ABC en este mes, decía  lo siguiente: “Ojalá este domingo –refiriéndose a mañana- regrese la decencia. Debemos votar por ello, sería una bendición que nos ayudaría a cortar el paso al engaño, la falsedad, resultaría toda una venganza contra los prepotentes”.  Si tiene que regresar la decencia es que la había antes y que ahora no está presente.

Yo no se, en verdad, si quienes optan a mi voto son o no decentes, van a ayudar a cortar el paso al engaño, a la falsedad o la corrupción, pues prefiero no equivocarme y esperar a los próximos comicios.

A pesar de todo, en Galapagar, el pueblo donde resido desde hace muchos años, si voy a votar, y a entregar mi papeleta en apoyo de quién se, de forma fehaciente, que es honesto y lucha por acabar con la mala gestión, los recortes, las privatizaciones, el amiguismo, el favor a la Familia, el engaño y un sinfín de malas artes.


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