Internacional
Ana Camacho (18/6/2012)

Cheij Modibo Diarra, primer ministro interino de Malí, con el ministro de Exteriores francés Laurent Fabius
Cheij Modibo Diarra, primer ministro interino de Malí, con el ministro de Exteriores francés Laurent Fabius

Desde que ganó las elecciones en Francia, el presidente François Hollande ha seguido la línea de su antecesor Sarkozy, moviendo hilos para intervenir en Malí contra la rebelión tuareg que ha partido el país saheliano en dos. Acabar con el recién proclamado estado del Azawad es ya claramente una de las prioridades  la política exterior francesa. Pero, por el momento la jugada les ha salido rana ya que el Consejo de Seguridad de la ONU que el viernes estudió el tema, mantiene el farolillo rojo no sólo a un posible despliegue de cascos azules en Malí sino incluso, a dar sus bendiciones a que sean otros los que pongan orden en este país africano.

Los tuaregs del Movimiento para la Liberación Nacional del Azawad (MLNA) desafiaron a Francia declarando el 6 de abril la independencia del Azawad, el norte de Malí. A partir de ahí, como ya contamos, Francia se convirtió en la abanderada de esa corriente de opinión que intenta convencer a la comunidad internacional de que la secesión tuareg es un peligro para la seguridad del mundo occidental, con una determinación que nunca ha tenido, por ejemplo, en el caso de Somalia donde el yihadismo y la piratería han convertido el mar en una zona de alto riesgo incluso para el paso de barcos mercantiles. Su tesis en este caso, se basa en que los tuaregs han logrado ganarle la batalla al Gobierno central de Bamako gracias al apoyo de Al Qaeda y otras fuerzas yihadistas y que un gobierno del Azawad será, inevitablemente, un Gobierno de Al Qaeda.

Desde París se ha descartado una intervención francesa unilateral pero ha movilizado a su diplomacia para que el Consejo de Seguridad se pronunciase en contra de la secesión del Azawad. Al no lograrlo, primero Sarkozy y ahora Hollande, han recurrido a los representantes de la Unión Africana (presidida este año por Benín, un tradicional peón de la estrategia imperial gala en África) y de la CEDEAO (la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, presidida por el Gobierno de Costa de Marfil que aupó el Gobierno francés con otra intervención armada. Los franceses animan a estas dos organizaciones a que hagan suyos los argumentos a favor de la intervención en Malí. A cambio, el Gobierno francés ha prometido a estos africanos que, si se deciden a actuar contra los tuaregs, podrán contar con su apoyo diplomático y logístico perfilando así una maniobra para una intervención encubierta.

La CEDEAO respondió positivamente declarándose dispuesta a enviar a Malí una fuerza de más de 3.000 soldados. El problema es que desde el Consejo de Seguridad de la ONU se desanimó a estos africanos a actuar sin paraguas de la ONU. Así que, siguiendo estas indicaciones, los representantes de esta organización el viernes volvieron a celebrar una reunión con el Consejo de Seguridad. No era su primer intento (con este van dos en una semana) sólo que esta vez esta organización iba con el refuerzo del aval de la Unión Africana que tiene un gran peso en Naciones Unidas.

La reunión del viernes se celebró a puerta cerrada pero se ha sabido que los esfuerzos de la CEDEAO (cuyos portavoces hicieron aparición ante la prensa) para transmitir a la instancia onusiana la urgencia de una acción contra lo que consideran un movimiento terrorista han vuelto a fracasar. 

La comunidad internacional por ahora parece estar más en sintonía con la tesis propugnada por Argelia, vecina del conflicto, que se ha mostrado inequívocamente partidaria de que Malí no se parta en dos siguiendo el ejemplo de Sudán pero, también, contraria a una intervención militar como la que hubo en Libia, con el destacado apoyo francés, y que acabó derrocando a Gaddafi. El Gobierno argelino sostiene, como lo hizo en el caso de Libia, que lo que hay que buscar en Malí en una solución política y negociada entre los tuaregs y el Gobierno de Bamako.

Ana Camacho
Ana Camacho

Los argelinos también se han mostrado temerosos de  que Al Qaeda prospere en ese batiburrillo y nadie mejor que ellos tienen razones para luchar contra la amenaza terrorista: en la guerra civil de Malí el movimiento yihadista del Mujao (el mismo que tiene bajo su poder a los tres cooperantes secuestrados en los campamentos del POLISARIO de Tinduf) se llevó secuestrados a siete de sus diplomáticos del consulado que tienen en la ciudad de Gao. Pero en Argel consideran que una intervención armada no resolverá el problema de Malí, como no lo ha resuelto en Libia de donde siguen llegando a Argelia huidos de nuevas batallas de las que ya no habla la prensa. 

N. de la R.
Cheij Modibo Diarra,
primer ministro interino del Gobierno de Malí (izquierda) se reunió en París con el ministro de Exteriores francés Laurent Fabius (derecha) el pasado viernes coincidiendo con las gestiones en la ONU a favor de la intervención de la CEDEAO en este país africano.

Este artículo se publica con la autorización de Ana Camacho, periodista, activista intelectual y física, de los derechos humanos, además de secretaria de la asociación APPA (Asociación para el Progreso de los Pueblos de África), que también e puede leer en su página de Internet En Arenas Movedizas.


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