Mi Columna
Eugenio Pordomingo (10/9/2013)

Eugenio Pordomingo
Eugenio Pordomingo

La pasada semana, la Tertulia Espacios Europeos, que se emite en directo todos los jueves a través de Internet en Radio Espacios Europeos, tuvo un formato distinto. En primer lugar se hizo el viernes y no el jueves como es habitual. En segundo, no participaron los tertulianos habituales. Ese día hubo unos tertulianos muy especiales, improvisados, personas de la calle –de hecho duermen en ella todos los días-, que comen en albergues o centros sociales, que piden limosna. Son los desheredados de la fortuna, los “sin techo”.

La llamada crisis económica, que no es otra cosa que la presión de los poderosos sobre las clases más desfavorecidas, nos ofrece un panorama de pobreza, que aumenta día a día, de personas que se ven obligadas a vivir en la calle, pedir limosna y acudir a centros sociales para poder llevarse algo a la boca. Son los excluidos de la sociedad, son los marginados sociales.

La tasa de pobreza en España se aproxima al 22% una de las más altas de Europa, aunque el gobierno español nos diga a diario que ya se aprecian los signos de mejora económica. Mejora económica para ellos, la casta política y sindical, las grandes corporaciones financieras y la banca, para el resto hay rebajas salariales y de pensiones, más paro, menos derechos sociales.

No se sabe con exactitud el número de personas que duermen en la calle; un informe de Cáritas de 2005, lo sitúa en 30.000. Sin duda esa cifra es ahora mucho mayor. Antes, la mayoría de los “sin techo” eran inmigrantes, ahora son españoles. Casi el 83% de las personas que duermen en la calle son varones, de una edad media de 37,9 años. El 50% tienen hijos, pero sólo el 10% vive con ellos, a veces compartiendo calle. Un dato que evidencia la gravedad de la situación, es que antes de la crisis un porcentaje alto de los “sin techo” era adicto a las drogas o al alcohol –o a los dos a la vez-, ahora no.

Con seis millones de parados oficiales -los que se han visto obligados a emigrar no cuentan- y con un porcentaje elevado de desempleados de larga duración, el número de excluidos sociales va en aumento. Pero, lo más lamentable es que alrededor de esos desposeídos de la fortuna, revolotean los “aprovechados”, los “buitres sociales”, los que viven de la pobreza de los otros. De todo ello me han hablado las personas con las que charlado de su situación.

Ni corto ni perezoso, grabadora en mano, cuadernillo de notas y máquina fotográfica, me puse en marcha. Mi objetivo era hablar, entrevistar, a algunos “sin techo”, que me contaran cómo es su día a día.

Me encontraba cerca de la Plaza de Colón, y desde allí encaminé mis pasos por la calle Génova –allí, en el número 13 se encuentra la sede nacional del PP- hacia la Plaza de la Villa de París, circundada por la Audiencia Nacional, el Tribunal Supremo y el Consejo General del Poder Judicial. En esa plaza, hasta hace poco se “alojaban” buen número de mendigos, pero Gallardón mandó desalojarlos pues no daban una buena imagen de Madrid; antes había ordenado quitar la fuente pública en la que bebían y se lavaban. Por entonces Alberto Ruiz-Gallardón aspiraba a que los Juegos Olímpicos se celebraran en Madrid. Pero fracasó dos veces en el intento, aunque las infraestructuras se hicieron que parece ser era lo importante.

A escasos metros de la sede del PP, pero en la acera de enfrente, me encontré sentado a un hombre joven, de mirada triste, aseado, con una barba cuidada. Entre sus piernas un bote con algunas monedas y un cartel que no me atreví a leer.

“Hola, qué tal, me llamo Eugenio, estoy tratando de entrevistar a personas que duermen en la calle, que piden una ayuda… ¿Te importa que hablemos?”, le dije. Me miro con tristeza, con una mirada algo perdida. “¿Qué estará pensando?”, me pregunte. Y aceptó encantado.

Le invité a tomar algo, pero rehusó: “Si me voy pierdo algunas monedas y las necesito para mandárselas a mi hijo”. Tragué saliva, mientras me ponía a su lado en cuclillas. Mientras estuve escuchando su tragedia nadie dejó caer una moneda, quizás les intimidó verle acompañado de alguien con una grabadora, un cuadernillo y un bolígrafo en la mano.

Luís, así se llama, tiene 35 años, es español, de Murcia. Ha trabajado durante muchos años y con buen sueldo. Está divorciado y con un hijo de 18 años al que envía todo el dinero que puede que, lógicamente, no es mucho. Se marchó de su ciudad natal por no pasar la vergüenza de que su familia y amigos le vieran mendigando. Duerme en la calle, donde puede.

Los poderosos, en este caso SM con la Ejecutiva de Zapatero
Los poderosos, en este caso SM con la Ejecutiva de Zapatero

Se le nota desesperado: “Un día me voy a cortar las venas.”, dice con firmeza, y los ojos se le humedecen y a mí también. Saco fuerzas de flaqueza y le animo diciendo que ni se le ocurra que todo se arreglará. No lo puedo evitar y por mi cabeza pasan escenas de revoluciones históricas.

Me cuenta sus peripecias en la calle, en especial en los comedores sociales a los que nunca volverá. Le duele, le indigna, que en su propia tierra, en España, se atienda mejor a los inmigrantes. “Mira, en dos ocasiones, recuerdo que fui a un centro social para pedir plaza para dormir; en uno me pusieron en lista de espera y en el otro me dijeron que “No” hay plaza. Pero en los dos, en dos provincias distintas, le dieron plaza a dos personas, las dos inmigrantes. La nacionalidad es lo de menos”, me relata amargamente. Uno de esos centros es el conocidísimo San Juan de Dios en Madrid.

No puedo describir todo lo que me contó, escuchen el audio.

Muy cerca de allí se encuentra el Centro de Día Comedor Social Luz Casanova. Es un edificio en el que hay varias dependencias, entre ellas la Fundación Karibú que presta servicio médico a inmigrantes africanos. Intento hablar con algún responsable del comedor social pero es imposible “están ocupados”. En ese momento salen varias personas de un comedor, es el primer tuno. Un tanto desanimado salgo para tratar de hablar con otro “sin techo”, y mira por donde dos de las personas que acababan de almorzar se me acercan. Hablamos y quedamos para más tarde, pues yo había adquirido antes otro compromiso.

Nos vemos en el Parque de Rosales. Nos sentamos en un banco. Uno de esos “sin techo” se llama Gerardo, español, de 60 años, economista. Ha sido directivo en varias empresas en España y en el extranjero. Ha recorrido África e Hispanoamérica. El otro es Alin, rumano, de 27 años. Habla español, francés y algo de italiano. Los dos van perfectamente aseados, con ropa limpia, no practican la mendicidad. Se mantienen con una comida al día, la que reciben en ese centro. Ni desayunan ni cenan. El español duerme en un banco en la Terminal-4 del aeropuerto internacional de Barajas; el otro lo hace en el Parque de El Retiro. Gerardo lleva su casa en una pequeña bolsa. Alin guarda sus pocas pertenencias en algún viejo árbol del parque madrileño.

En el centro Luz Casanova, además de comer, se pueden duchar y afeitarse. Para los dos es un alivio pues de otra forma no podrían. Gerardo se lava los calcetines y su ropa interior en los lavabos de la T-4. “Lavo mi ropa allí, de madrugada, y la seco con los aparatos que hay en los servicios”, me cuenta.La comida en el centro es más que aceptables, es muy buena y el trato es exquisito, me dice Gerardo –Alin asienta con la cabeza-, “y Sor Dolores, la monja que lo dirige, es una santa”. Gerardo lleva algo más de un año en la calle; en la T-4 –me dice- hay españoles, marroquíes y rumanos, sobre todo rumanos. La convivencia es buena, sin problemas”.

Los dos ven su futuro muy negro: “En el centro donde comemos hay un limite que creo que no supera los dos meses y medio, después ya no puedes volver; no se qué haré cuando se agote mi cupo, pues los demás centros que conozco son horribles, parecen correccionales y la comida es mala, muy mala”, me relata Gerardo.Lo que es la vida. Gerardo ha sido dirigente del PP en Andalucía. Conoce personalmente a Hernández Mancha, Javier Arenas, Teofila Martínez, Rodrigo Rato, etc., pero “se me ha caído el velo después de lo que se ha sabido”.

Recuerda con amargura y rabia a la vez, como en una ocasión cuando llegó a Madrid, que se ahogaba y precisaba Ventolín, un medicamento para asmáticos. “Acudí a la Fundación Karibú y no me atendieron –comenta enojado-, ´aquí solo atendemos a africanos´, me dijeron.

Nada más levantarse, Alim se encamina a la estación de Atocha donde se asea como puede en los lavabos. Cuando le pregunto si desayuna algo me dice que se recorre los bares de la estación de Atocha y mira a ver si alguien se ha dejado “un culito de café” y junto varios hasta que llena un vaso. “Mas de una vez he cogido de la basura un trozo de tostada y me la he comido. No me da vergüenza”.

Hago esfuerzos por continuar…

Luís, Gerardo y Alin me han contado las peripecias que pasan para subsistir, y como son víctimas de la discriminación frente a los inmigrantes. Los tres me han contado el gran negocio que hay con la comida que entrega el Banco de Alimentos a asociaciones y centros sociales; lo mismo sucede con la ropa. Todo es un negocio alrededor de la pobreza, de nosotros, los que tenemos la desgracia de pasar los inviernos en la calle, pidiendo limosna o mal comiendo, nos dice Luís.

Detrás de la pobreza, de la mendicidad, hay negocio. Algunos centros reciben cantidades de alimentos, ropa y otro tipo de ayuda que la destinan para otros menesteres, en concreto para sus centros sanitarios o de ancianos, por ejemplo, “y a nosotros nos sirven bocadillos con una o dos rodajas de mortadela. Los Bancos de Alimentos –he sido testigo- mandan cantidades importantes de alimentos de todo tipo, pero muchos se pierde por el camino”.

“Con la pobreza hay un negocio encubierto”, nos dice Gerardo y nos cuenta algunas situaciones terribles.

Quedamos en vernos, en profundizar en todo lo que me han contado. Mientras camino me acuerdo de una frase de Confucio: “Dónde hay justicia no hay pobreza».

Insisto, escuchen la grabación.