Hispanoamérica
Luiz Inácio Lula da Silva (24/8/2014)
Los países emergentes han superado las posiciones meramente reivindicatorias del pasado.
Después de realizar con eficiencia y hospitalidad la que ya está considerada una de las mejores copas mundiales de fútbol de todos los tiempos, Brasil fue el anfitrión de otro importante encuentro internacional, la VI Cumbre de Jefes de Estado de los BRICS, realizada en Fortaleza y Brasilia del 14 al 16 de julio. El término BRICS fue acuñado para designar a un grupo de países emergentes (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que aceleraron su desarrollo con el inicio del nuevo siglo y se convirtieron en uno de los motores del crecimiento global, sobre todo después de 2008, con el estallido de la crisis financiera estadounidense y europea.
Al lanzar el acrónimo BRICS, el economista Jim O’Neill quería llamar la atención a las oportunidades de negocio abiertas a los inversionistas globales en esas cinco grandes naciones. Después de todo, cuentan con casi el 40% de la población mundial, lograron crear mercados internos sólidos y plataformas exportadoras y, en menos de 20 años, según el FMI, saltaron del 5.6% al 21.3% del PIB mundial.
Esas oportunidades continúan existiendo y han crecido aún más debido a los numerosos proyectos de modernización y expansión de la infraestructura y del aparato productivo que los BRICS ya están ejecutando o van a ejecutar en los próximos años. Solo en Brasil se invertirán hasta 2018 más de 400.000 millones de dólares en plantas hidroeléctricas, puertos, aeropuertos, refinerías de petróleo, ferrocarriles, carreteras, gasoductos, etcétera. Sin hablar del potencial de expansión de sus mercados internos, gracias a la incorporación en el mundo del trabajo y del consumo de millones de pobres y excluidos. Todo eso lleva a los analistas (a pesar de la recuperación muy lenta de los países desarrollados, que tiene un impacto coyuntural negativo en todas las economías) a destacar la solidez y las perspectivas favorables a mediano y largo plazo de todos los países que componen los BRICS.
No obstante las naciones del grupo fueron mucho más allá de la atracción de inversiones. Recuerdo que cuando nos reunimos por primera vez, en junio de 2009 en Rusia, los presidentes Medvedev, Hu Jintao, Singh y yo mismo decidimos transformar lo que no pasaba de ser una sigla en una efectiva articulación económica, geopolítica y estratégica para favorecer el crecimiento de nuestros países y de sus aliados regionales y, al mismo tiempo, impulsar una nueva agenda de desarrollo multilateral y de reforma de la gobernanza global.
Nuestros países ya estaban empeñados en la integración africana, latinoamericana y asiática como presupuesto de un mundo multipolar. Además, tuvieron un papel clave en la creación del G-20, el primer foro multilateral relevante que les dio el debido peso a los países del Sur. Y proponían la reforma del viejo orden internacional establecido en Breton Woods, en 1944, cuya inadecuación a las realidades del mundo contemporáneo constituye, en la práctica, una traba al progreso compartido del planeta. Basta decir que en 1944 China estaba al borde de una guerra civil; India ni siquiera existía como país independiente y casi todo el continente africano estaba constituido por colonias europeas.
Los defensores del statu quo internacional, refractarios a cualquier iniciativa para hacer más justo el orden económico y político mundial, intentaron descalificar a los BRICS, alegando que no se trataba de una alianza creíble, dado su carácter heterogéneo y “artificial”, que sus miembros están geográficamente distantes unos de otros y que poseen intereses nacionales contradictorios, por lo que nada concreto y significativo podría emanar del grupo.
La Cumbre de Fortaleza y Brasilia, que tuvo como tema el crecimiento con inclusión social y sustentabilidad, acaba de desmentir categóricamente tales pronósticos.
Demostró que los países emergentes han superado las posiciones meramente reivindicatorias del pasado y han asumido, de una vez por todas, un papel proactivo en el escenario internacional. En ella se tomaron decisiones no solo concretas, sino claramente innovadoras, que van desde las facilidades de comercio hasta el combate a los delitos cibernéticos.
Sin embargo, las principales medidas fueron la creación de un banco de desarrollo con capital inicial de 50.000 millones de dólares para financiar proyectos de infraestructura y plantas industriales sostenibles y un fondo de reserva de 100.000 millones de dólares para ayudar a los países miembros en eventuales crisis de liquidez. Iniciativas que refuerzan la ya sólida situación financiera de los integrantes del grupo y facilitan su cooperación en otras áreas como la energética y la científico-tecnológica.
Esa actitud innovadora se extiende también al modelo democrático de gobernanza que será adoptado por los dos organismos en los cuales los cinco países tendrán idéntico peso, con presidencias rotativas y deliberaciones obligatoriamente por consenso.
Así como Sudáfrica hizo con sus vecinos en la Cumbre de Durban, la presidenta Dilma Rousseff, cuya determinación y capacidad negociadora fueron fundamentales para los acuerdos conseguidos, invitó al encuentro de Fortaleza y Brasilia a todos los jefes de Estado sudamericanos, dejando claro que la actuación de Brasil en los BRICS se da a partir del compromiso estratégico que el país tiene con la integración regional. Además de los dirigentes políticos, el evento contó con la participación de cientos de líderes empresariales, sociales e intelectuales de nuestros países.
No tengo duda de que las decisiones tomadas por los BRICS, útiles a los países miembros y sus aliados, tendrán también una incidencia positiva en la propia gobernanza global. No son medidas reactivas, sino creativas; no son contra nadie, y sí a favor del crecimiento global y de una comunidad internacional cada vez más incluyente y equilibrada.
Fuente: La Razon.com.
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