Internacional
Nazanin Armanian (16/5/2015)
Teherán y Riad rompen el fino lenguaje indirecto oriental que utilizaban para mostrar su odio mutuo y pasan al ataque, de momento, verbal. A pesar de que el desencadenante ha sido la agresión militar de Arabia-EEUU a Yemen, la noticia de la supuesta agresión sexual a dos peregrinos iraníes en el aeropuerto de Jeddah desató la furia en el poder de Irán: se organizaron protestas anti-saudíes, se suspendieron las “peregrinaciones menores” (Hay Umrah) a la Meca a las que se apuntan medio millón de fieles al año, y como guinda, el general Ahmad Purdastan, el comandante de las fuerzas terrestres de Irán, llegó a advertir al vecino árabe del “día en que los petardos estallen en Riad” por denegar el permiso de aterrizaje a un avión de pasajeros iraní en su suelo. Sin embargo, lo que más dolió al rey Salmán fueron las palabras del Ayatolá Jamenei: que unos jóvenes sin experiencia en Riad estén reemplazando la dignidad con la barbarie, refiriéndose al joven príncipe Mohamed, a cargo del Ministro de Defensa y de la Casa Real, que para más inrri es también hijo del propio monarca, quien acusó a Teherán de apoyar el terrorismo Houzi en Yemen. El Gobierno de Hasan Rohani hizo de bombero, afirmando que el asunto del asalto sexual fue un malentendido y que los saudíes han prometido castigar a los responsables, aunque poco podrá hacer frente a la nueva política exterior de Arabia, la más agresiva y la más expansionista de la corta historia de éste país.
La aventura yemení de Arabia
Un mes después de la “conmoción y el pavor” tras el bombardeo de Yemen, provocando una gran crisis humanitaria (silenciada por los medios de comunicación), la Casa Saud se ha felicitado por el “éxito” de la Operación Tormenta de la Firmeza, y eso a pesar de no cumplir los dos objetivos fijados: vencer a los houzies y restablecer a Al Hadi, el ex presidente fugitivo de Yemen, en el poder. Entre los objetivos reales de este reino oscurantista en Yemen, no está la broma de defender la legitimidad de su presidente ni de su república.
Tras la derrota militar, Riad pretende “conducir a Yemen hacia un futuro estable”, ignorando que el Estado yemení ha dejado de existir a causa de largos, simultáneos y no concluidos conflictos multidimensionales, y que fueron justamente los saudíes quienes se encargaron de sepultarlo bajo los escombros.
Arabia Saudí es bien consciente de que los houzies no son una amenaza para su país, otra cosa es que pretendan sabotear el acuerdo nuclear entre EEUU e Irán, con el lema de “Irán, patrocinador del terrorismo”. La prensa saudí hace diez años llamaba “rebeldes” a los houzies. Luego les apodó “rebeldes chiíes” y antes del ataque en curso pasó a calificarles como “rebeldes chiíes pro-iraníes”.
Ahora Riad debe asimilar las consecuencias de tener al “Estado fallido” yemení en su larga frontera. No aprendió de su historia: participó activamente en 1991 y en 2003 en la destrucción del Estado árabe y sunnita iraquí, propiciando a que Irán llegara a tener, por primera vez, una gran influencia política en un país árabe.
La Resolución 2216 del Consejo de Seguridad que le ha autorizado demoler un país indefenso, cometiendo crímenes de guerra (arrasar viviendas, hospitales, escuelas, depósitos de alimentos, instalaciones eléctricas, impedir la ayuda médica a miles de heridos, etc.), ha sido, simple y llanamente, un abrazo de oso a la Casa de Al Saud.
¿Por qué Arabia no ganó la guerra?
La organización y disciplina de la alianza de los guerreros houzies con los oficiales leales al ex presidente Alí Abdullah Saleh, con el apoyo “moral” de Irán (y quizás también financiera hasta que EEUU cortó las transferencias bancarias extranjeras a Yemen) ha sido superior a la coalición desordenada de las milicias irregulares de las tribus sunitas, los panarabistas, socialistas y sus miles de hombres que se han apuntado a la batalla por cuatro duros, recibiendo armas y dinero de los países árabes y EEUU.
Arabia Saudí se lanzó al ataque contando con el compromiso de respaldo activo de sus aliados. Sin embargo, Egipto y Pakistán se negaron a enviar tropas a Yemen. Además, Turquía que animaba a Riad a machacar a los houzies para dar una lección a Irán tras la visita oficial a Teherán, tuvo que elegir entre los grandes beneficios del comercio con los iraníes y la incertidumbre de una guerra que además dejará miles de cadáveres civiles “musulmanes”, estropeando su imagen.
Los saudíes deben preguntarse por qué EEUU, con su poderío y tantas bases militares en la zona, no han parado el avance de cuatro insurgentes. Aquí también mostraron la misma pasividad ante las conquistas del Estado Islámico en Irak y Siria. ¿Se han planteado que Yemen al igual que Siria puede ser una trampa al servicio del proyecto de “El Siglo de EEUU”, que ha puesto en marcha, desde 1990, la reconfiguración del mapa político-geográfico de la región? El divorcio entre la Administración Obama y Riad es tan real como inquietante. Washington tiene intereses estratégicos, que no aliados estratégicos.
La derrota Saudí y su dudosa capacidad de alargar esta guerra no significa el triunfo de los Houzi-Saleh: sin apoyo de su pueblo, y teniendo a todas las potencias mundiales en contra, no tendrán otra opción que rendirse.
A Raid le quedan dos salidas: negociar con houzíes-Saleh, o poner botas sobre el suelo de Yemen y “terminar” el trabajo.
A Teherán, por otro lado, no le conviene elegir la opción “intervenir en Yemen” (país que es la profundidad estratégica de Arabia como lo es Siria para Irán), sino ver cómo los saudíes se hunden en aquel pantanal.
Ambos estudian sus próximos movimientos en un tablero demasiado caótico.
Washington y “¡Que vienen los iraníes!”
Barack Obama no va a romper el acuerdo nuclear con Irán por los sultanes del Golfo Pérsico; en cambio, ante la “amenaza iraní”, les ofrece otras soluciones:
- Enviar el portaviones Theodore Roosevelt, que se unirá a otros ocho buques de la marina en las aguas de Yemen. Se ha hecho cargo de que cualquier ayuda (de Irán) a los houzies sea una violación de la mencionada resolución de la ONU.
- Acelerar la entrega de aviones, armas y equipamientos militares a los países árabes del Golfo Pérsico, convertidos en trasteros de armas de las compañías mundiales de armamento.
- Firmar un pacto de defensa mutua con sus socios árabes, realizar misiones conjuntas y designar a Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos como “principales aliados, fuera de la OTAN”, con ventajas militares incluidas.
- Reformar la ley que prohíbe la venta de armas a los países árabes si con ello se produce una desventaja militar de Israel, y proponer la siguiente solución: que los árabes, por ejemplo, reciban los avanzados aviones de combate F-35, tres años después de haber sido entregados a Israel. ¡Una muestra de la gran confianza entre Washington y sus aliados árabes!
- Reforzar el “centro de fusión conjunta” que coordina los ejércitos de los países árabes de la zona con el Centro de Operaciones Conjuntas de los EEUU.
- Mantener el cerco militar alrededor de Irán, y en caso de guerra, ahogar sus buques en el estrecho de Bab Al Mendab. Pasean por sus aguas, además, los tres submarinos nucleares israelíes –Dolphin, Tekuma y Leviatán– listos para atacar las costas iraníes.
Estos puntos forman parte de los 16 demonios presentes en los detalles del acuerdo nuclear entre Irán y EEUU.
Por su parte, Irán ha pedido a Rusia y China ser otra letra de BRICS, además de convertirse en un miembro de pleno derecho en la Organización de Cooperaciones Shanghái, a pesar de que las dos potencias, desde el Consejo de Seguridad, no escatimaron tinta en firmar todas y cada una de las resoluciones presentadas por EEUU para asfixiar la economía iraní. Difícil decisión para Moscú y Pekín, con enormes negocios en los países árabes e Israel.
Cierto que en Washington hay quien intenta y espera un acercamiento con Teherán, para desde su territorio, ubicado entre Asia Central y el Cáucaso, alcanzar Eurasia, pero lo más probable es que las potencias mundiales dejen a Teherán en el limbo, convirtiéndola en un estado tapón entre los bloques.
El dilema de seguridad
Tanto Irán como Arabia, en los intentos de proteger sus fronteras y su poderío, están entrando en un proceso en el que los temores de uno por las amenazas percibidas, aterra al otro, aumentando su propia inseguridad.
De momento EEUU, desde el lado saudí, maneja el conflicto entre ambos países; su juego consiste en desgastar las fuerzas de ambos hasta alcanzar un equilibrio, que por otro lado, no logrará. Este complejísimo partido de guerra entre las dos teocracias, y que es por algo tan terrenal como la hegemonía regional, es de suma cero.
En 637 Arabia invadió un imperio persa en decadencia, imponiéndole una guerra que duró 14 años. Ni las mágicas bolas de cristal de sus rey de reyes les habían revelado que el devastador ataque iba a llegar del único lugar que dejaron de conquistar, por desértico, ni que catorce siglos después, una tribu llamada Al Saud dominaría la tierra de Mahoma, y con el apoyo de los cristianos occidentales y judíos de Israel, iba a poner en jaque a decenas de naciones y Estados islamizados.
EEUU renueva la doctrina de la doble contención que aplicó a Irak e Irán empujándolas en 1980 hacia una devastadora guerra que dejo un millón de muertos y paralizó el desarrollo de ambas naciones en favor de la supremacía de Israel. Una vez eliminado Irak como Estado (hoy negocia su desintegración con los kurdos), el juego continua y esta vez con Arabia Saudí como el otro contrincante de Irán.
N. de la R.
Este artículo se puede ver en la página de Internet de Nazanin, y también en el diario Público.
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